domingo, 9 de abril de 2023

REFLEXIÓN DE SEMANA SANTA

 


DESPUÉS DE LA SEMANA SANTA…..

            Concluye una intensa semana de recuerdos, de liturgia, de oración, de un inconmensurable dolor interior del alma cuando revivimos la Pasión y Muerte de  nuestro Señor, y nos abrazamos a María, Su Santísima Madre, para cobijarnos en su pena y sentir que ella nos puede dar un poquito de su valor de mujer, de su  dulzura, de su  amor silencioso y lleno de  tormento, pero con una mirada transparente y diáfana de luz, aunque el dolor la doblega y la consuma,  nosotros sus hijos amados, nos abrazamos a ella, para pedirle nos dé fuerzas para la difícil vida de hoy, para soportar la indiferencia de hoy, para los azotes que se le da al Maestro con nuestras actitudes hoy.

            Vivimos  la “Semana Santa”  como debe ser, en comunidad, en esa común unidad con Cristo, con María y con nuestro amado Padre Dios,   y nuestros corazones han vibrado, se han emocionado, han llorado, se han sentido débiles y dolorosos  frente a los acontecimientos  de los tiempos actuales, en que Cristo sale  a las calles en la cruz de madera,  enhiesta en manos de los fieles Cirineos, y en las esquinas,  los mismos  que lo condenaron a muerte hace más de dos mil años,   no lo quieren ver pasar.

            Vamos en esa procesión   insegura, por que las calles están inseguras, porque los autos estridentes y las bocinas apagan  la oración, porque en los edificios de las alturas  los hombres se ríen y se mofan de la piedad de un pueblo que marcha  doloroso por las calles, llevando   la cruz de Jesús, y es el mismo escenario de las calles de Jerusalén, repletas de  gente  y tan solo algunos sienten el verdadero dolor del pesado madero de los hombros de Jesús, y así seguimos, orando en el recuerdo de las dolorosas estaciones de su pasión, y  son  cientos de miradas que se cruzan esquivamente  en la silueta lejana de la cruz del maestro, mientras unos pocos cargan la cruz del dolor, la cruz de la indiferencia, la cruz de la desolación, la cruz del desinterés, la cruz de la violencia, la cruz de la venganza, la cruz de la impiedad, la cruz del abandono, la cruz de las injusticias, la cruz de tantas situaciones que nos separan, porque  hay cruces blancas, cruces negras, cruces azules, y  cada una  lleva distintos colores, pero la nuestra pretende ser diáfana, clara, luminosa, como la verdadera cruz del maestro, la que mostramos al mundo en estas bulliciosas calles, que han horadado con el progreso los  valores y   han dejado al Cristo de la vida, arrinconado en los estantes, ocultos en los libros, arrancado de cuajo de las raíces de la educación,  ignorado en las élites políticas ateas, que  sienten  que el dolor de la cruz  les puede doblegar, les puede vencer, les puede ganar, entonces es mejor ocultarla, esconderla, hablar de un mundo en que la felicidad está en el tener, en el ambicionar, en el arrasar, en el recibir sin esfuerzo, en marchar  a senderos donde  nadie debe esforzarse porque el engaño es su  mejor arma, y surge entonces el “feliz” desorden, el “hermoso” caos, la “preciosa” mentira, y se posesiona del alma la indiferencia, que llega con el dolor, y  los que llevan la cruz radiante del amor verdadero, se sienten azotados, se sienten golpeados, se sienten adoloridos  por que gana más la indiferencia que el dolor,  más mofa que congoja, pues el Cristo de la Historia está siendo transformado ofendido, vilipendiado, y lo han pintado con machas de soberbia, lo han pintado sucio, manchado, de alma negra,  y jugado con su belleza y entonces nuestras lágrimas se van sumando en el caudal de los ríos salobres que corren por las calles, donde no encontramos al Jesús que amamos, lo han cambiado por el Jesús convenientemente “político”, por el “Jesús” guerrero, o el “Jesús” explotador, y nos perdemos buscando entre tanto fetiche falso, a ese único Jesús que es el verdadero Jesús del Amor, el que se conmueve por el sufrimiento,  el que nos regala esperanzas, ilusión, el que está junto a quienes sufren y les da consuelo, el que enjuga nuestras tristezas y las convierte en alegrías, el que perdona nuestros pecados, tan duros, tan grandes, tan inconfesables, pero está allí a nuestro lado,  dirigiendo nuestras vidas, lleno de amor y esperanzas, porque nos ama como somos, nos enjuga el llanto y nos saca la soberbia, nos permite la apertura del corazón para el perdón, nos muestra que es mejor amar que odiar, nos dice que  siempre el amor vencerá al odio, y aunque estemos llenos de situaciones pecaminosas en nuestra alma, nos regalará la libertad del perdón del alma, para seguir luchando con su cruz, la pequeña, la mediana o la grande que nos ha tocado llevar en esta vida, porque adónde vamos,  solo Él podrá volver, pero nosotros permaneceremos seguros a su lado, llenos de amor y  libres de las ataduras tan fuertes de este mundo que nos quiere  arrebatar hasta el alma, porque hoy queremos más  tener que ser, y nos confundimos en los escenarios de la vida, para hacer del ego nuestra mejor bandera, cuando en verdad es el silencio humilde el que nos hace grande y no la  ofensa ruidosa que hiere muchas veces el alma, pero que llevando la cruz del Señor nos obliga  al sano perdón.

            La Semana Santa es sufrimiento, por la pasión y muerte del Señor, pero es esperanza porque hoy hemos vivido con justa alegría, con gran satisfacción, con fe creciente y verdadera, que Jesús ha vencido a la muerte y se cumple la clara promesa de su Resurrección, esperando entonces con mayores ansias su venida a este mundo que hoy más que nunca tanto necesita de Dios.

            Ayúdanos a fortalecer nuestra débil fe, amado Señor.




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