DESPUÉS DE LA
SEMANA SANTA…..
Concluye
una intensa semana de recuerdos, de liturgia, de oración, de un inconmensurable
dolor interior del alma cuando revivimos la Pasión y Muerte de nuestro Señor, y nos abrazamos a María, Su
Santísima Madre, para cobijarnos en su pena y sentir que ella nos puede dar un
poquito de su valor de mujer, de su
dulzura, de su amor silencioso y
lleno de tormento, pero con una mirada
transparente y diáfana de luz, aunque el dolor la doblega y la consuma, nosotros sus hijos amados, nos abrazamos a
ella, para pedirle nos dé fuerzas para la difícil vida de hoy, para soportar la
indiferencia de hoy, para los azotes que se le da al Maestro con nuestras actitudes
hoy.
Vivimos la “Semana Santa” como debe ser, en comunidad, en esa común unidad
con Cristo, con María y con nuestro amado Padre Dios, y nuestros corazones han vibrado, se han
emocionado, han llorado, se han sentido débiles y dolorosos frente a los acontecimientos de los tiempos actuales, en que Cristo
sale a las calles en la cruz de
madera, enhiesta en manos de los fieles
Cirineos, y en las esquinas, los
mismos que lo condenaron a muerte hace más
de dos mil años, no lo quieren ver
pasar.
Vamos
en esa procesión insegura, por que las
calles están inseguras, porque los autos estridentes y las bocinas apagan la oración, porque en los edificios de las
alturas los hombres se ríen y se mofan
de la piedad de un pueblo que marcha
doloroso por las calles, llevando
la cruz de Jesús, y es el mismo
escenario de las calles de Jerusalén, repletas de gente
y tan solo algunos sienten el verdadero dolor del pesado madero de los
hombros de Jesús, y así seguimos, orando en el recuerdo de las dolorosas
estaciones de su pasión, y son cientos de miradas que se cruzan esquivamente en la silueta lejana de la cruz del maestro,
mientras unos pocos cargan la cruz del dolor, la cruz de la indiferencia, la
cruz de la desolación, la cruz del desinterés, la cruz de la violencia, la cruz
de la venganza, la cruz de la impiedad, la cruz del abandono, la cruz de las
injusticias, la cruz de tantas situaciones que nos separan, porque hay cruces blancas, cruces negras, cruces
azules, y cada una lleva distintos colores, pero la nuestra
pretende ser diáfana, clara, luminosa, como la verdadera cruz del maestro, la
que mostramos al mundo en estas bulliciosas calles, que han horadado con el progreso
los valores y han dejado al Cristo de la vida, arrinconado
en los estantes, ocultos en los libros, arrancado de cuajo de las raíces de la
educación, ignorado en las élites políticas
ateas, que sienten que el dolor de la cruz les puede doblegar, les puede vencer, les puede
ganar, entonces es mejor ocultarla, esconderla, hablar de un mundo en que la
felicidad está en el tener, en el ambicionar, en el arrasar, en el recibir sin
esfuerzo, en marchar a senderos
donde nadie debe esforzarse porque el engaño
es su mejor arma, y surge entonces el “feliz”
desorden, el “hermoso” caos, la “preciosa” mentira, y se posesiona del alma la
indiferencia, que llega con el dolor, y
los que llevan la cruz radiante del amor verdadero, se sienten azotados,
se sienten golpeados, se sienten adoloridos por que gana más la indiferencia que el
dolor, más mofa que congoja, pues el
Cristo de la Historia está siendo transformado ofendido, vilipendiado, y lo han
pintado con machas de soberbia, lo han pintado sucio, manchado, de alma
negra, y jugado con su belleza y
entonces nuestras lágrimas se van sumando en el caudal de los ríos salobres que
corren por las calles, donde no encontramos al Jesús que amamos, lo han cambiado
por el Jesús convenientemente “político”, por el “Jesús” guerrero, o el “Jesús”
explotador, y nos perdemos buscando entre tanto fetiche falso, a ese único Jesús
que es el verdadero Jesús del Amor, el que se conmueve por el sufrimiento, el que nos regala esperanzas, ilusión, el que
está junto a quienes sufren y les da consuelo, el que enjuga nuestras tristezas
y las convierte en alegrías, el que perdona nuestros pecados, tan duros, tan
grandes, tan inconfesables, pero está allí a nuestro lado, dirigiendo nuestras vidas, lleno de amor y
esperanzas, porque nos ama como somos, nos enjuga el llanto y nos saca la soberbia,
nos permite la apertura del corazón para el perdón, nos muestra que es mejor
amar que odiar, nos dice que siempre el
amor vencerá al odio, y aunque estemos llenos de situaciones pecaminosas en nuestra
alma, nos regalará la libertad del perdón del alma, para seguir luchando con su
cruz, la pequeña, la mediana o la grande que nos ha tocado llevar en esta vida,
porque adónde vamos, solo Él podrá
volver, pero nosotros permaneceremos seguros a su lado, llenos de amor y libres de las ataduras tan fuertes de este
mundo que nos quiere arrebatar hasta el
alma, porque hoy queremos más tener que
ser, y nos confundimos en los escenarios de la vida, para hacer del ego nuestra
mejor bandera, cuando en verdad es el silencio humilde el que nos hace grande y
no la ofensa ruidosa que hiere muchas
veces el alma, pero que llevando la cruz del Señor nos obliga al sano perdón.
La
Semana Santa es sufrimiento, por la pasión y muerte del Señor, pero es
esperanza porque hoy hemos vivido con justa alegría, con gran satisfacción, con
fe creciente y verdadera, que Jesús ha vencido a la muerte y se cumple la clara
promesa de su Resurrección, esperando entonces con mayores ansias su venida a
este mundo que hoy más que nunca tanto necesita de Dios.
Ayúdanos
a fortalecer nuestra débil fe, amado Señor.
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