lunes, 22 de noviembre de 2021

Recordando al Padre Jaime Salazar (Q.E.P.D.)

             Tengo en mi mente, la imagen de mi primera “Madrugada” en el Santuario “Cenáculo Puerta del Cielo”, de Shoensttat de Antofagasta y otras subsiguientes, que causaron un impacto profundo en mi corazón.

Por mi quizás mala costumbre de levantarme temprano, casi siempre traté de llegar muy temprano a ese lugar de oración y encuentro,  cuando aún las estrellas  y la luna pintaban algunos tenues brillos en el cielo, y  en medio de las sombras oscuras de la arboleda, encaminarme hacia el fondo del Santuario, casi mirando el cerro, donde  ya a esa temprana hora, cuando ni los gallos se animaban a cantar o el viento recién comenzaba a respirar sus bocanadas de abundantes corrientes de aire para comenzar a agitar la mañana, la luz  mágica del Santuario,  surgía como un rayo de luz que iluminaba esa  entrada y una figura solemne, radiante, de Alba blanca,  esperaba pacientemente parado bajo el portal de entrada, la llegada de quienes concurríamos, como cada 15 días, a ofrecer nuestras humildes oraciones a nuestra Madre Santísima y  a participar de la Santa Misa, después del Santo Rosario, con la presencia mística y espiritual de ese sacerdote alto, de sonrisa eterna, de cabello poco abundante, y de lentes gruesos y mirada  profunda  y afectuosa, que   sin saber quién se acercaba,  de solo captar la silueta oscura,  ya lo  recibía a la distancia son un grato e inigualable espíritu de acogida.

El Padre Jaime quizás de cuánto tiempo estaría allí en el Santuario. Los que conocen su historia saben que llegó  bastante joven a servir, gracias a quienes tuvieron la idea de fundar este lugar de oración donde quiso la “Madre Tres veces Admirable”, instalarse en medio de esa alejada soledad de nuestra ciudad, y mirando desde su puerta de entrada hacia “La Portada”, como una presencia angelical o espiritual si se quiere, para que  se  produjera allí ese milagro sagrado de encontrar a Jesús a través de su Santa Madre, acogiéndonos, transformándonos y  en ese gran amor y cariño prodigado con dulzura,  enseñarnos el camino para ir a compartir esa experiencia de Amor  con Maria, que  la vive solamente el que  desea abrir su corazón y entregarse  con pureza y humildad en una actitud de dócil greda para ser moldeados con  la oración, la entrega y el sacrificio a que nos invita en todo momento nuestra Madre celestial.

Ese hombre,  sin duda para nosotros “Santo”, nos acompañó tantas mañanas, en las que pudo haber dedicado tiempo a descansar o a dormir como todos los comunes mortales,  y  en ese entusiasmo tan nuestro, tan de  hombres recién conociendo las bondades de ese Santo lugar, estaba allí cada mañana, cada madrugadas, pero también estaba allí cada día, cada tarde o  cada noche, siempre dispuesto a servir. Y eran su presencia la que nos impulsaba a  acercarnos para estar en oración y  mientras él oraba con nosotros, nos hablaba siempre de la “Divina Providencia” y de los  milagros  que se producían en el alma de las personas, y nosotros un tanto incrédulos, le mirábamos con esa atención de principiantes, pero entendiendo que su convicción y  mensaje era tan claro como lo era su hermosa mirada y su tierna sonrisa de padre bueno.

Hablar con él a solas en los jardines, o en  entre los pocos árboles que tanto sacrificio han costado a tantas personas y familias mantener en ese lugar,  que en el pasado fue (y es)  solo arena y polvo, era gratificante.

 A veces nuestros pesares del alma se disipan cuando hablamos con un hombre bueno. No digo que sea muy asiduo a la Confesión como Sacramento, puesto que   si bien lo cumplo como católico practicante, eran nuestros encuentros conversaciones de sana amistad, de amigos conectados con una misma espiritualidad y nuestras tristezas que salían con olor a tinta negra del alma, para ser recibidas con la bondad de su sonrisa, iban poco a poco disipándose y produciendo ese milagro espiritual de sacar esos pesares y  en el aire de la mañana o de la tarde, o la hora que lo necesitaras, esas palabras tuyas de heridas, de dolores, de rencores, de rabias o de humillaciones acumuladas y que tanto mal hacen, se transformaban con su sola presencia, en un bálsamo tibio, dulce, que se expandía por todo ese lugar y quedabas como cuando corres una carrera interminable para alcanzar una meta contra el tiempo y al llegar solo quedan tus latidos, y tus ansias de recuperación porque te falta el aire, te falta el oxígeno y el latido se hace fuerte, violento y  pareciera que el corazón se quisiera salir de tu pecho, hasta que pronto viene lo que se llama la vuelta a la calma y es así entonces que con el Padre Jaime,  uno corría con sus palabras para contarle sus penas sus dolores y terminaba exhausto, cansado,  pero lleno de esperanzas que   todo tu descargo era oído con un corazón conectado al tuyo  y después de un rato  de meditación, de mirar los cerros, o de contemplar el mar, y de analizar en su espiritualidad de hombre de Dios tu problema, venía esa palaba o consejo mágico que tanto necesitabas y sobretodo esa oración que liberaba el alma de los yugos humanos y sentías esa sensación de libertad, con su bendición y  sonrisa,  ya sin agitación, sin dolor, sin penas,   entonces marchabas a ese lugar de oración del Santuario y  en el momento de la Santa Eucaristía, sentías que tu interior estaba pulcramente limpio,  sin violencia,  sin  tristezas, con los rencores ya olvidados y sin siquiera sus malos recuerdos, y gracias a ese tiempo  se había preparado el mejor lugar de tu cuerpo,  tu corazón, para recibir el Sagrado Cuerpo de Jesús y disfrutar de ese encuentro, porque  allí estaba tu amigo, tu compañero, tu  amado Señor, que  aliviaba con su presencia tus angustias y te decía que no te preocuparas que eras perdonado y que tu vida sería siempre una hermosa aventura y caminarías con ÉL  con un pasar feliz, y en eso el Padre Jaime, como instrumento del Señor, solo te daba una palabra de consuelo y descubrías la misma voz del Maestro en sus palabras, y te quedabas tan tranquilo, que hasta te dabas el tiempo de mirar  con  ojos distintos  el lugar donde se anidaban algunas aves mañaneras o soplaba el viento  levantando esas benditas arenas y  encontrabas lo que tanto buscamos los hombres en la vida; ese momento de justa, necesaria y merecida paz.

El Padre Jaime  era querido por la comunidad toda. Yo lo conocí casi en los últimos tiempos antes de partir de la ciudad; pero era el cura de la energía y la dulzura plena.

Una vez fui, mucho antes de conocerlo, a una  misa a la Capilla  de  la Casa de Retiros San José, (Sagrado Corazón), y ese domingo me quedé de pie, mirando cómo la gente comenzaba a  llegar atrasada a la Misa mientras el Padre Jaime había comenzado hacia bastante rato  la Santa Misa y ya casi se aprestaba para la homilia del domingo  en el que también regalaba mensajes contundentes.

No me cayó “muy en gracia” cuando  en medio de la comunidad y desde el lugar desde donde predicaba el Santo Evangelio, les daba sus “raspacachos”, o suaves  llamados de atención con todas sus letras,  y quise pensar que se puso un tanto terrenal y  su mirada drástica y su voz  recalcaba frente a los feligreses la necesidad de llegar a una hora prudente a la misa y  antes de comenzar, tener un momento de oración y reflexión guardando los silencios respectivos, y  aquel que llegaba cuando ya el Evangelio había sido proclamado, era mejor que se devolviera y viniera o fuera a otra Misa, pues  no era  esto un “paseo de domingo”, sino un compromiso de cristianos y una obligación de vivir con seriedad, “puntualidad” y entrega, la Santa Misa. De hecho él llegaba muy temprano y  preparaba su corazón y  su mente para vivir  la solemnidad del Santo Sacrificio de la Misa y  eran sus palabras siempre claras y precisas, llenas de amor y sanos correctivos.

En esa idea entonces   cuando concurrí a mi primera “Madrugada”, me encontré con ese sacerdote. Me dije a mi interior: -Mmmm con quién  me vine a encontrar…-  Menos mal que llegué temprano, conociendo sus propias ideas de   estar siempre antes en el lugar de la celebración.

Con el tiempo y gracias a mi Madrina Zahira Suarez que me formó para un acto de  mucha solemnidad como lo fue mi “Alianza de Amor” con Maria,  pude conocer también las bondades espirituales de este dulce sacerdote y maestro educador por excelencia,  que decía las cosas por su nombre pero que nos proclamaba la “fe en la Divina Providencia” y nos preparaba para el más duro combate diario de nuestros tiempos de labor interminable, permitiéndonos tener fuerzas espirituales que nos acompañaran toda la semana hasta tener la nueva oportunidad de oír sus sabias palabras en los Santos Evangelios.

Sé que me he extendido bastante.,

Pero no puedo dejar de nombrar su gran alegría y entusiasmo cuando en una oportunidad  lo invitamos a nuestra humilde Capillita de soldados al interior de nuestro regimiento, sirviendo de enlace la  hermana de la “Familia”,  Sra. Paulete, la cual me invitó también a que acmpañáramos la Imagen de la “Virgen Peregrina” y organizáramos una procesión desde el Regimiento hacia la Parroquia los Doce Apóstoles inicialmente en caravana, y desde ese lugar caminar hacia el Santuario llevando la “Virgen Peregrina”  por la costanera de nuestra ciudad para hacer de esa experiencia una invitación de amor y  fe a nuestros propios vecinos en una lugar que recién comenzaba a poblarse, con caminos de mucha arena, de tal forma que en ese  a procesión y caminata, él estuvo también a nuestro lado orando a nuestra Madre Santísima con gran humildad y sencillez, como todo lo que ocurre en esos lugares  santos.

 Sabemos de la llegada del Padre en los primeros inicios del Santuario. Nosotros, generaciones posteriores, le vimos en su trabajo entusiasta y compartimos con él lo que más le  llenaba el corazón: Celebrar la Santa Misa y  las celebraciones.

Cuando llegó el momento de su partida, lo acompañaron al aeropuerto,  un grupo selecto de personas que siempre encontraron en él, al amigo fiel y al consejero  ejemplar. Y entonces se fue esa tarde y  muchos quedamos con la sensación y deseos de haberlo conocido más para haber compartido más y haber disfrutado más de su presencia.

Encontrándome en un “Curso de perfeccionamiento” en la ciudad de Santiago, en la Escuela de Suboficiales del Ejército, concurrí una mañana de domingo  al Templo Votivo de Maipú.

Fue una oportunidad en que tuve la grata ocasión de saludarlo y estrecharlo en un abrazo fraterno, descubriendo al sacerdote ejemplar y servicial y lleno de un carisma que lo hacía un hombre muy especial..

Lo de hoy sin duda es la noticia del día.

Se ha marchado, como todo en la vida.

Nos  sentimos llenos de alegrías porque se fue contento, como era su carácter.

Serio cuando había que serlo, pero también lleno de amor y de bondad.

Yo sé que estará ahora presidiendo alguna madrugada eterna con los nuestros que también partieron.

Quizás con los de su propia comunidad del Santuario de Shoensttat se habrán reunido para recibirlo con esa alegría de santos en la morada eterna.

Nosotros oramos por el hoy,  y nos unimos para que su presencia entre los ángeles nos permitan seguir creciendo y preparando el alma para cuando nos toque la inevitable partida y en este recuerdo agradecerle su servicio, su amor su compromiso, y la convicción de que será recibido en el regazo de su Santa Madre, por quien también el Padre Jaime dio toda su juventud y su vida.

Esos son héroes que tanto necesita el Señor y en este día lo recodamos con cariño.

Antofagasta 22 de Noviembre de 2021.