jueves, 29 de diciembre de 2011

El ÚLTIMO JUEVES DEL AÑO:


He estado por escribir desde el lunes esta nota. Comencé con el “Último lunes”, al día siguiente el “Último martes”, ayer fue el mismo cuento y hoy nuevamente en lo mismo.
El tema parece simple si se trata de expresar qué se siente por vivir un último día de la semana de un año que se desliza lentamente por lo sumideros, al manantial del recuerdo con su propia historia.
Lo que aún nos ofrece el 2011, ya está consumido o consumado. No hay nada más que hacer. Se va definitivamente. Una última semana queda, que no podría tener ninguna consecuencia, por cuanto se desplaza rápidamente como la barca hacia el mar, y se perderá en pocos días de nuestra vista en la lejanía del horizonte, con los recuerdos buenos o malos, que son de absoluta apreciación personal, llevándose también en la cubierta, tantas cajas sin abrir, con cargas de ilusiones, proyectos, sueños, esperanzas y deseos, las que trataremos de traspasar voluntaria o involuntariamente, en un nuevo intento, a la nueva embarcación que llega reluciente y recién calafateada del nuevo 2012, que ya parte estibada con nuevos y personales embalajes.
Aquí me encuentro, como todos ustedes, esperando como siempre lo he hecho en tantos fines de año del más de medio siglo que he vivido. Se me apetece por lo tanto la libertad de brindarles, con respeto y caridad, un buen y sano consejo que debe ser tomado con la libertad personal de cada uno y que puede ser útil y necesario para mí.
Resultaría mejor y más cómodo - a mi modo de ver -, no llevar nada consigo en este nuevo viaje próximo a emprender. Tal vez una suficiente cuota de optimismo, bastante esperanzas, amor en abundancia y mucha caridad para comenzar, pero no recargar injustamente la nueva barca con aquello que no pudimos concretar en el viaje anterior. Esto nos evitará comenzar agitados y ansiosos este nuevo viaje.
Sugiero en cambio, dejarse llevar por la corriente de las aguas, disfrutando del sol y el paisaje, arrimándose a la nada misma, dejando que sea el viento que les guíe, sin descuidar por cierto lo necesario, como un buen bloqueador, un sombrero y una manta para enfrentar la noche, más aquello básico para la supervivencia.
Dejarse encantar por la marea y disfrutar del oleaje y las gaviotas, en la confianza que no habrá tormentas. Ese será el mejor principio para un nuevo año y el comienzo de un tiempo que les hará inmensamente feliz.
Un sabio de los que nos han dejado tantas cosas buenas para el pensamiento, en pocas palabras nos decía: Como nunca espero nada de nadie, soy inmensamente feliz.
Eso es motivo de otra profunda reflexión, pero en lo que a nosotros nos resta, en este último jueves de la última semana y del único y último 2011 que hemos vivido, es imperativo arrojar las penas y pesares por la borda, perdonar si ello fuera posible, aunque el principio cristiano fundamental es perdonar, humanamente nos cuesta, siendo bastante difícil arrancar los dolores del corazón, provocados por quienes nos han herido, traicionado o utilizado en la confianza. Siempre es bueno intentar ser mejores. Pedir esa fuerza necesaria que nos da la fe en Dios, para volver a comenzar, sin mirar atrás.
No esperar nada de nadie ni menos de aquello que desconocemos, ni siquiera de la vida. Tampoco esperar nada de un año que aún no vivimos, no conocemos y no proyectar nada que pueda truncar alguna falsa ilusión, procurando alcanzar los esquivos y sinuosos caminos de la paz y la felicidad, a veces tan cercanos, casi viviendo con nosotros mismos, sin lograr ver, sentir o disfrutar, por pura soberbia personal.
Dejar que la barca del año nuevo navegue con sus propios afanes y con la esperanza que alcance un puerto seguro, es parte de aquello que nos hará, al final de la travesía, suficientemente felices.
Bajo ese prisma de ver las cosas, aprovechemos la brisa marina que conduce tenuemente la barca por la vida, sin agitación, anhelos, ni falsas expectativas, por que es la única ruta que conduce en verdad, a la plena felicidad.
Un abrazo en la paz de Nuestro Señor y su Santísima Madre en este último jueves del año.

lunes, 26 de diciembre de 2011

La vida, compañera inseparable de la muerte.

No hay cómo escapar de la muerte. El hombre busca la fuente de la eterna juventud y se afana cada día en esquivar el paso de los años, buscando fórmulas que le permitan parecer que ha vivido menos de los años que representa y con ello prolongar nuestro paso por la tierra, con tantas técnicas y experimentadas fórmulas para alargar los días de la vida y tratar de arrebatarle a la fuerza algunos años a la más absoluta verdad del hombre, su muerte. Nada nuevo hay en lo que digo, es la reflexión de todos nosotros en el cada día y nos esforzamos por buscar recodos que nos permitan ocultarnos un poco de la visión aterradora de quien cabalga en corceles negros y corre con una guadaña entre los trigales de los campos o los solitarios desiertos.
En lo personal, me causa pánico enfrentar ese momento. Sin embargo, se mitiga el temor cuando recuerdo el haber estado demasiado cerca de ella.
Una mañana, muy temprano, concurrí entusiasmado a disfrutar de una mañana de pesca y de búsqueda de moluscos entre las rocas, en una tranquila playa en el sector de Coloso, antes que se construyeran las instalaciones del actual muelle de embarque de “La Escondida”,
Había mucha calma en el ambiente, bastante calor, pero no mucho oleaje. Me di a la tarea de recolectar sin saber a qué me enfrentaria esa mañana. Me encontraba tranquilo y cauto, sin embargo, cometí un error fatal: Le di la espalda al mar mientras extraía un loco de entre las rocas. Fue entonces que éste se alzó sorpresivamente, como un gigantesco coloso silencioso, extendiendo sus garras de agua, y con sus codos más elevados que nunca, trató de asirme con la ayuda de la mano de la muerte, que andaba por esos lados de la playa buscando una víctima del mar, dejando ese día las carreteras y hospitales.
Divisé con el rabo del ojo esa aterradora mano negra de esa inmensa ola, siendo arrojado con violencia a un acantilado profundo, como embudo sin fin, sin destino, sin esperanzas, con la paz de la conciencia aferrada a la vida, pero entregado irremediablemente a la furia momentánea del mar, que me arrastraba a sus túneles oscuros y tenebrosos, mientras la dentadura blanca de la que cabalga por las noches, sonreía de su nueva adquisición.
Lo que siempre me causó pánico, dolor, susto y una inusitada desesperación, fue pasando lentamente a una dulce calma, como si navegara en las más quietas aguas de un mar de tranquilidad. Los pocos sentidos me permitieron soltar de mi mano derecha el corvo militar, empleado tantas veces para la faena del marisco, por temor a clavarme o causarme, en el revoltijo de agua y espuma algún daño mayor. De pronto vino esa película que muchos hablan de la vida. Todo en un instante, del nacimiento hasta la juventud, la vida en un segundo, no es cuento, es la verdad de la previa a la partida. El noviazgo y el rostro de mi amada esposa, y el de mi pequeña hija se dibujaron nítidamente en un telón al frente de mis ojos, a pesar que en ese instante solo sentía las caricias del mar, y el arrullo de sus espumas, que me acariciaban el rostro.
Me acordé de Dios y pensé que era una soberana tontera haber dejado a mis amores durmiendo en casa, por el afán de divertirme, en esa quieta playa de Coloso acompañado de un vecino chilote, conocedor del arte de la pesca.
Mi plegaria y oración fue sincera: “Padre nuestro que estás en el cielo, Santificado sea tu nombre….(mientras las imágenes de mis amadas me sonreían.)… Una sensación de paz inmensa, de dulce partida, de reposado silencio se apoderaban de mi cuerpo y alma.
Mis ojos no veían nada, solo espuma, burbujas y había perdido completamente la noción y orientación, no distinguía ni cielo ni tierra ni nada que me pudiera orientar sobre mi agitación física y espiritual en medio de las aguas. Continué mi oración en calma, convencido que ella mitigaría las penas de los que me recordarían en mi abrupta partida…"Venga a nosotros tu Reino… Hágase Señor tu voluntad", aquí en la tierra como en el cielo… Hasta allí llegó mi petición, pronunciada con humildad y profunda fe. De pronto una mano de agua, la misma que me había arrojado desde las rocas hacia los profundos acantilados, y por decisión divina, me tomó nuevamente y me subió en la cresta espumosa de sus dedos, dándome una dolorosa lección de vida, para que nunca más abusara de la confianza del mar, arrojándome nuevamente con violencia a una roca que estaba muy alta, pero además seca y ardiente por el sol de esa mañana.
Mi amigo, el chilote Marilincán, observaba a unos mil metros en las rocas mi posible paradero, buscando ansioso encontrar algún vestigio del que había estado pescando a su lado y que se encontraba desaparecido entre las aguas. Al sentir el ardor de las rocas, observé mi cuerpo magullado, golpeado, arrastrado entre las rocas y arañado por las piedras. Gotas de sangre escapaban de mi magullada piel, y comenzó la vida nuevamente en mí través del dolor. La dulzura del paso hacia la otra vida, se transformó en dolor que jamás, en el transcurso de la emergencia, sentí.
Luego vino mi amigo a recogerme y preguntarme por mi estado.
Estoy bien - le dije -. Asustado, pero bien.
Mi mano izquierda estaba morada, tiesa, con un dolor indescriptible. Mis dedos estaban absolutamente recogidos. Comencé a moverlos uno a uno con mi mano derecha que estaba con mejor movilidad. Un dedito para atrás, otro más, otro más….y allí entre mis dedos y la palma de mi mano, estaba el molusco, pegado en la piel, succionándome tal vez las células, muy oculto y en una tranquilidad que el mar custodiaba su propia vida.
Por ello que temerle a la muerte, a pesar de mis permanentes crisis existenciales, no se justifica. Ella es amiga de la vida y se apiada de nosotros. Dios en su infinita bondad evita el sufrimiento del hombre en ese trance. Cuando un alfiler clava tu piel, te duele, como un aviso pequeño de que algo anda mal. Pero cuando una mano o una pierna son cercenadas en un trágico accidente, no mueres del dolor ni te das cuenta de ello. Mueres por que nadie retuvo la hemorragia.
No temamos a la muerte, ella nos tiene registrados en su lista y nos buscará cuando corresponda. Vivamos felices cada día, por que esa tarde cualquiera, cuando pasen cabalgando los jinetes de la carroza a buscar nuestros cuerpos, ojala nos sorprenda con esa sonrisa que nos permitirá ver y sentir la divinidad de Dios y el calor y sonrisa de los que partieron antes, por que no cabe dudas que pasar por ese trance, aparentemente doloroso, por ese túnel oscuro que varios han visto, será en verdad un camino hacia la luz que nos espera brillante en el fondo donde nos llamar{an entusiasmados y sonrientes aquellos que nos aman, por que estarán contentos al recibirnos en esa luz que es el mismo Dios.
Vivamos la vida y seamos concientes de la muerte, que no nos tratará mal. Nos llevará con delicadeza y convencida que nos entregaremos a ella con humildad.
Los que tanto luchan por tener menos años, por rejuvenecer las canas, por estirarse las pieles para representar menos edad o para evitar lo inevitable, viven equivocados, y no tendrán ni un día más. Por eso el Evangelio nos dice: “Estad atentos, nadie sabe el día ni la hora…” por que en verdad, la vida como la muerte vienen juntas, una de blanco y la otra de negro, una en la luz y la otra en la oscuridad, pero traen el mismo libro, una misma bitácora, donde el mismo Dios ha registrado, con siglos de anticipación, nuestro comienzo y también nuestro final.
La vida camina cada día de la mano con la muerte. Es así de simple.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

ENFERMEDAD, SIN REMEDIO...

La enfermedad horada el cuerpo y a pesar de los años de tecnología y avances en la ciencia, aun no podemos detener el dolor que causa el deterioro corporal, y hasta antes de sufrir esa dolorosa experiencia, todo parece surgir y desarrollarse en forma normal, hasta que en el día menos pensado, afloran las dificultades, que son el resultado de un largo proceso que se ha originado lenta y paulatinamente y que en muchos casos no es detectado a tiempo.
Afotunadamente, las enfermedades mentales, bien manejadas, pueden ser vencidas poco a poco y gracias a ello, optar a una nueva vida. Pero cuando el cuerpo enferma, y no hay tratamiento a tiempo o inadecuado, comienza el via crucis terrenal del enfermo, al cual se le hacen todos los procedimientos necesarios para prolongar su vida, los cuales en muchas oportunidades otorgan buenos y esperanzadores resultados, prolongando la existencia en un tiempo mayor que siempre es un buen signo para compartir y convivir con nuestros seres amados.
Esta suerte de medicina de todos los tiempos, tiene mucho de eso, de suerte, por que son muchas las opiniones y tratamientos que a veces, se aplican equivocadamente por mala apreciación o por no tener seguridad en los diagnósticos.
Otro via crucis lo constituyen las grandes cuentas que surgen en la cancelación de todo aquello que significó el arduo tratamiento, lo cual indudablemente nos viene a otorgar otra preopcupación anexa, por que no hay forma de solucionar un problema personal y familiar y los sistemas de salud, estan muy lejos de brindar un servicio real, afectivo y efectivo que requiern como derecho fundamentasl las personas, convencido también que esta la buena fe de los muchos trabajadores(as) de esesector y que lo hacen con lo mejor de su voluntad y vocación pero que los sistemas no financian en justicia y una absoluta indiferencia, llena las clínicas, hospitales y postas, por que los recursos y la preocupación para los que trabajan en el área, no son los óptimos.
He vivido estos dias, la experiencia dolorosa de la enfermedad de una persona que amo de sobremanera, y experimentado ese via crucis.
¿Y qué pasa con los enfermos del alma?
Cuando el pecado horada el alma, ocurre lo mismo que con el cuerpo, es tanto lo que daña que cuando ya el virus de éste se ha insertado en ese espíritu, no hay diagnóstico ni cura, ni forma de poder salir de un cáncer que se irradia por todo el interior y que es de tal gravedad, que también toca al cuerpo.
Y cuando el pecado del alma, toca el cuerpo, es por que no hemos sabido respetar su integridad y caemos en los juegos excesivos, en la absoluta promiscuidad y en un sistema que horada el alma y la conciencia y viene nuevamente el fantasma de la enfermedad que con finos dedos comienza a tocar el arpa con los sones de la muerte. Es doloroso sentir que muchas veces esa enfermedad resulta injusta, sobretodo cuando un médico de almas te ha orientado en los buenos caminos, y es el mismo Jesús que te ha dado las normas para tener una mejor vida. Pero la soberbia, amiga del pecado, destruye y comienza la decadencia espiritual y material del hombre que se inclina a las bajas pasiones y cae en lo que tantas veces la Sagrada Escritura llama: el pecado de la carne.
Ojala podamos reflexionar por que lo que podremos aconsjar a nuestros hijos, a nuestros jóvenes, se refiere al cuidado corporal y a la delicadeza del alma, porque ambos, tienen un sufrimiento terrenal de igual dimensión, con la diferencia que el cuerpo se deshace en la tierra, y el alma se va herida y errante, por que no encontró la paz ni los verdaderos caminos que la llevarán a los caminos del cielo.
Es nuestra responsabilidad inculcar valores y estamos justo a tiempo, antes que la humanidad cierre las puertas a la moral y la etica y se oscurezca el cielo de la vida, bajo la sombra oscura del pecado, que destruye el alma y el cuerpo.

martes, 20 de diciembre de 2011

NO ENTIENDO LA NAVIDAD DE HOY


Cuando era muy pequeño, asistíamos con unción y respeto a las Novenas del Niño Dios, en la parroquia San Rafael de Maria Elena, donde el Padre Juan o el Padre Leonel y/o Luciano, nos enseñaban a orar y a preparar el alma para recibir el nacimiento del Mesías. Aparte de rezar junto a nuestros padres, en una parroquia repleta de familias y trabajadores que se esforzaban por asistir a la novena vespertina, después de las largas y calurosas jornadas de trabajo, veíamos reforzadss, a través de esa actividad religiosa, las enseñanzas del catecismo dominical, que nos hablaba de la vida de Jesús, preparándonos para otro acontecimiento más personal,la Primera Comunión.
Es verdad que los tiempos cambian. Hace dos mil años, vino el Salvador a entregarnos su vida, para redimir nuestros pecados y mostrarnos el verdadero camino del amor y el perdón y eso no ha cambiado.
Es entendible, por la existencia de gran infinidad de recursos y medios, que ya no tengamos que fabricar con nuestras manos con cascaritas de huevo, los rostros de Maria y José y hasta el niño Dios en un pesebre de papel arrugado, imitando la caverna del nacimiento de Jesús. En esos tiempos de austeridad familiar pampina, lo fabricábamos todo, angelitos y estrellas hechas con papel plateado o platinado que extraíamos de las cajas de té Ceylán y que generosamente nos permitía sacar de las bodegas de desechos de la Pulpería el señor Sibilá.
No critico para nada la comodidad de hoy y el maravilloso tiempo ganado en función de otras actividades, lo que nos permite el privilegio de tenerlo todo en una mano, mientras la otra se mete al bolsillo para comprarlo todo. Árboles de plástico, otros de fibra óptica, luces, estrellas luminosas, redes multicolores, renos que son una maravilla iluminados y que, en honor a la verdad, hasta hoy nunca conocimos en directo, salvo aquellos de las películas del cine. Viejos Pascueros para todos los gustos, que se meten a la chimenea, que salen de la misma, y que se tiran en paracaídas o que escalan montañas o tejados con atuendos tremendamente incómodos y calurosos para esta zona, algunos en motos, bicicletas, automóviles, otros que tocan batería, equilibristas, malabaristas, platilleros, bomberos, trompetistas. En realidad son miles, pero muchos miles, y hay que estar atentos, por que en verdad, son ya objetos de colección.
Mi padre, trabajador pampino, y todos nosotros como sus colaboradores, fabricaba un árbol todos los años, considerando un tronco de tubo metálico al cual se le soldaban las ramas de fierro de menor diámetro para hacerlo más dúctil, y aquella estructura apernada a una base de madera. Para imitar las ramas, forrábamos cada una de los alambres con papel crepé cortado y “peinado” con una cuchara, para darle “volumen” y fuimos testigos del “último grito de la moda” de esos años, cual era deshilachar gruesas gomas transportadoras de esos retazos medio quemados por el uso y que se empleaban en el transporte del caliche a los molinos, por que entre la goma, surgían telas y entre éstas, hilachas que a modo de flecos enrollados en el tubo de metal y en las ramas de alambre, iban dando consistencia al follaje tupido del pino navideño, dejándonos las manos negras, sucias y con las uñas y ropas pasadas al sucio pegamente y goma.
Después de esa odisea del arbolito de fierro y correa transportadora, venia la fase de la pintura, cubriendo el color negro con pintura verde, licuada y vertida en una cansadora maniobra, aprovechando la bomba insecticida, infaltable en cada hogar, para combatir las moscas con flit, aprovechando esa particularidad y arrojar pintura pulverizada en todos los rincones del arbolito, a fin de darle buen color y textura a las ramas.
No había juegos de luces sofisticados con ritmos musicales como hoy, y si los había, eran muy caros e inalcanzables. Por ello, había que completar un segundo proceso. Pintar ampolletas de 110 volts, utilizadas como luminarias en algunas faenas de la empresa, sumergiéndolas en tarros acuosos de pintura con colores blancos, verdes, amarillos, rojos y azules, colgándolas varios días en los pocos alambres destinados al secado de la ropa del callejón o los pequeños patios, para después tomarlas una a una, soldarlas al cable eléctrico, cuidando de no equivocar los circuitos. Cada dos ampolletas de 110 en serie, se completaba un voltaje de 220 volts, y como no había suficientes portalámparas, debían forrarse los golletes de las ampolletas ya soldados al cable, con huinchas de tela y goma, para evitar accidentes eléctricos. Ésa sí que era tecnología de punta. Después de fabricada la guirnalda con varias ampolletas, tosca, gruesa, pesada y frágil había que forrar el grueso cableado, primeramente con huincha aislada de género, luego con papel crepé y/o restos de la pitilla y la goma, para volver a pintarlos con la bomba de flit.
Pasábamos todo un mes en los preparativos de ese árbol, que a decir verdad, era bastante tosco, pero poseía la magia y la dulzura de una obra realizada en familia, ornando finalmente, la esquina de la sala principal, al ladito del mueble de la radio, que era el único medio que transmitía de seis de la tarde a doce de la noche, algún cuento de Navidad en el conocido “Rincón del Abuelito Manuel”. En esa misma esquina de la sala, al lado del enchufe, y en primer plano, lo más trascendente de la fiesta: El nacimiento de Jesús, símbolo universal del verdadero sentido de la navidad de todos los tiempos. El 24 concurríamos a la tradicional "MIsa del Gallo", que era en verdad de madrugada, muy abrigados y felices del nacimiento del Salvador, para volver muy tarde y compartir el chocolate y el pan de pascua hecho por mi madre.
Los regalos, eran sencillos. Caramelos en los zapatos puestos en la ventana que daba a la calle, una muñeca plástica, o un juego de palitroques de madera, completaban nuestras mayores aspiraciones, sin negar el sueño de tener algún día un camión de madera o lo imposible para mí: un tren eléctrico que nunca obtuve.
Cosas del ayer. Árboles viejos y estrellas de papel que quedaban al final de la fiesta del año nuevo, escondidas en los tejados, por ausencia de espacios y bodegas, esperando la próxima navidad y que con el cierre de algunas oficinas salitreras permanecen como mudos testigos de un hermoso pasado salitrero.
Hoy es más fácil, hay que comprarlo todo. Pero es tanto lo que hay, que hasta se sufre por no saber qué elegir. Salir a buscar por estos días a los centros comerciales, resulta en verdad un infierno. Mucha gente, mucha oferta, locales llenos de público ahogado por la ausencia de espacios cómodos, sin aire acondicionado, en ambientes sofocantes y después de la aventura llegar a la casa, y darse cuenta que lo más importante del sacrificado viaje, no se adquirió por falta de dinero o por algún involuntario olvido.
No entiendo la navidad de hoy, se habla poco de Jesús, no hay novenas, poca oración y el alma permanece sin voluntad de cambiar como todo el año. Ninguno de nosotros nos inclinamos al perdón, ni tomamos una actitud de verdadero sentido cristiano, dándole importancia a otras situaciones anexas y nos metemos en un sub mundo de adquisiciones, de compras, para darnos cuentas que entre el ajetreo, la bulla, el calor, las dificultades económicas y todo lo que pudiera otorgarnos felicidad, llegamos ansiosos a la noche del 24, pero estamos tan, pero tan cansados, que lo único que queremos es pedir al niño Dios, que nos regale un poquito de su pobre pesebre para recostarnos a su lado y en la tibieza del aliento de los animales derl estalo con olor a heno, sentir que ese ser de luz, nos puede definitivamente ayudar a encontrar la paz interior y junto a la familia de Nazareth, la Sagrada Familia, tener la maravillosa y merecida oportunidad de cerrar los ojos y finalmente descansar.
Feliz Navidad amigos.

jueves, 15 de diciembre de 2011

SER CAUTOS EN LA AMISTAD

La amistad es la expresión más pura de amor. El amor es sin duda un don divino y cubre todos los espacios que la persona humana requiere para su propia felicidad, y siendo éste un regalo del Creador, merece ser cultivada en todas las actitudes de nuestra vida. Pero la amistad, no tiene valor ni precio cuando está sobre esos sentimientos.
Cuando entra en el corazón la amistad, se establece un sentimiento distinto, pero no por ello exento de las virtudes del amor que los hace iguales en esencia pero diferentes en la finalidad.
Jesús, que es verdad y vida nos dice en su Santo Evangelio: “No hay mayor amor que el que da la vida por sus hermanos”. Dar la vida por los amigos, es en realidad un acto de sublime expresión superior al amor común, nos habla de un sentimiento mayor, de un estar dispuestos con mucha mayor fuerza a entregar más de lo que usualmente se suele dar.
Dar es la palabra exacta. Dar y Darse sin medida en ambas situaciones con distinta finalidad, llegando a converger ambos en un mismo fin. La expresión más pura del amor y el amor en toda su esencia.
Aún cuando el amor y la amistad son hermosos en sentimientos, producen heridas profundas cuando no hay correspondencia. Son sentimientos tan fuertes, que al sentir que nos han fallado, nos obligan a asumir primeroamente una actidud de defensa y con mayor reflexión en una acción de franca humildad, como lo es el perdón.
Ese dolor clava el alma. En el amor, duelen el desamor y la traición; en la amistad, el sentirse utilizado aprovechando los buenos sentimientos. Las heridas interiores siempre dejan huella, atormentan y consumen, y complican la existencia terrena.
Perdonar y olvidar debieran ser la fórmula precisa para alcanzar la perfecta armonía para dar cura al dolor. El amor y la amistad deben ser cultivados en una buena y justa relación. El amor de pareja en el matrimonio es el complemento perfecto para alcanzar la mayor felicidad y proyectarla a los hijos. La amistad entre las personas, es un complemento paralelo, por que nos permite sentirnos útiles, procurando una entrega incondicional. Decíamos que cuando este sentimiento no es recíproco, se cae en la desilusión, sobretodo si creemos que Dios ha estado presente en esa magia de encuentro de los sentimientos, como virtud que nos ha permitido abrir esa puerta del corazón para otorgar sin medida ese bello sentimiento. Pero cuando esa virtud se utiliza como medio para manipular y solamente recibir, sangra silenciosa el alma, hasta que viene el tiempo, inexorable en su implacable cabalgar a curar la herida dejando por cierto, la huella indeleble de una cicatriz, que olvidada y oculta, permanece allí, hasta el fin de nuestros tiempos.
Amar es divino, perdonar también lo es. La amistad tiene un valor inconmensurable, sin medida, pero es un amor frágil. Si no hay pureza mal se puede otorgar a quien no la merece recibir.
La vida es corta, siempre es bueno aconsejar, sobretodo en el fortalecimiento permanente de la vida de pareja en que dos personas deciden unirse para construir su propia felicidad en el cultivo mutuo del amor.
Es bueno tener amigos, pero hay que ser cautos. No siempre les querrán por lo que son, sino más por lo que tienen o representan o sencillamente por propios intereses. Eso no es amistad. Esos amigos, sencillamente no valen la pena, son “flor de un día”, que ilusionan con su aroma, que encienden chispas en el corazón, que alegran por un momento la vista o por que crean expectativas de confianza, pero que duran desde una salida de sol, hasta el crepúsculo de esa misma, donde finalmente fenecen y desaparecen, hundiéndose en las profundidades del olvido de la noche dejándonos, lamentablemente, la marca imborrable de un injusto rictus de dolor.
Así es la naturaleza de esas amistades de alma vacía. Es siempre mejor evitarlas sin juzgar y rápidamente emprender otros caminos, donde se podrá alguna tarde comenzar de nuevo, siendo cautelosos con la lección aprendida y cultivar con esperanzas, una nueva y sincera amistad.