Queridos
Hermanos Madrugadores y Hermanos de Alianza y Familia de Antofagasta:
¿Habrá alguien de nosotros que no
haya sentido hoy, ese fulminante e impactante dolor que ocasiona la abrupta e inesperada
partida de alguien que ha convivido y compartido con nosotros en tantas
actividades derivadas de nuestra vida de
compromiso y servicio con el Santuario “Puerta del Cielo”, donde verdaderamente
“brilla el sol de Cristo”, y que no haya tenido en ese momento una acumulación de emociones que le anudaron
la garganta y turbaron el alma, y que, aparte de traer de inmediato a la imaginación el
rostro de hombre afable de nuestro
hermano que ha partido, no haya entonces sentido la inmensa necesidad de inclinarse humildemente ante el
Dios de la vida para pedir por él y su familia y tratar de entender esto que hoy hemos vivido
y que nos ha clavado como una saeta lanzada de improviso y rasgado los sones armoniosos del día, en que
festejamos el “Día del Señor”, para caer
en ese estado que nadie puede vivir si
es que no tiene en su corazón la alegría, imagen y compañía espiritual de un hombre, un amigo,
un esposo, un servidor generoso de María, hermano común de Alianza?
No
quiero ser yo quien se atribuya algún
sentimiento especial o que me haga sentir
entre todos que soy el portavoz de algo tan
personal, pero si bien es mi
sentimiento el expresado, es, ha sido y será en el día de hoy, lo que hemos
compartido desde tempranas horas del día, en el instante mismo en que, preparando
los detalles de la Santa Eucaristía, y
buscando la mejor forma de servir
a la causa del Señor, nos hemos sentado angustiados y dolidos en el salón,
bloqueados, aturdidos, con algunas hermanas de Alianza en medio de sus sanas y legítimas lágrimas de
tristeza, tratando de entender que si aún celebramos hoy el tercer domingo de
resurrección, tengamos que detener esa alegría natural del ser cristianos con
ese acontecimiento histórico que nos permite hoy tener fe en ese Señor que ha
dejado el Sepulcro para reencontrarse
con nosotros, entonces ustedes, yo , aquel, ellas, ellos, y todos sin ninguna
excepción, sea en presente, en llamados, en mensajes en las modernidades de las
redes, los que hemos sufrido lo que nadie puede expresar si no lo vive, el
dolor, el aturdimiento, la desesperanza y han sido estas horas de un unirse
a nuestra querida Ginnete, la que todos conocemos, la que todos sabemos
quien es, la que está y ha estado desde
hace tantos años, entregándonos su cariño,
su consejo, su compromiso y su vocación de
servicio en el Santuario y queremos entre todos, hoy más que nunca, abrazarla,
estrecharla con respeto y solidaridad y decirle: ¡Hermana, aquí estamos para
compartir tu dolor!, para juntos orar, para inclinarnos en nuestro
lugar de gracias, (como lo hicimos hoy junto a un grupo que nos representó también a todos con el rezo del
Santo Rosario), y entregarnos a las
manos de María, en su generosidad y en
su eterno amor, para pedirle fuerza,
confianza y fe para Ginnette y su
hija, y entender que todo esto que pedimos,
es resultado de entregar a
nuestra Mater todo lo que somos y tenemos, todo lo que vivimos y sufrimos, todo
lo que nuestro sentimiento humano nos hace
sentirnos miserables, hundidos en el lodo de la incomprensión e
incredulidad, pero esperanzados en que
ella, es y será siempre la única que puede levantarnos con sus brazos amorosos, para comprender los destinos
de la vida, que muchas veces miramos con indiferencia hacia nuestro entorno porque
nunca pensamos que tan cerca de nosotros
se puedan desarrollar acontecimientos tan cercanos y dolorosos como el vivido, y
que nos golpean en forma común y en sentimiento, que ante nuestra humana debilidad nos
deshacen en lágrimas y desesperanzas.
Hace un domingo atrás, nuestros
rostros eran de alegría, nuestros sentimientos eran de amor, expresado en
tantas acciones emprendidas por que era el final de este año preparado con tanta
ilusión, con tanta pasión, con tanta
responsabilidad, por todos quienes de alguna forma se involucraron en lo que fue esa vivencia inolvidable del “Jubileo
de los 30 años”, y hoy llegamos a celebrar la Misa, en el primer domingo después
de nuestra celebración, aun con nuestras mentes y corazones alegres, porque lo que hicimos y logramos
entre todos con tantos granos de arena de apoyo y constante oración, fue a los
ojos de María, grandioso, y de plena
satisfacción para la obra de nuestras propias vida de cristianos peregrinos
acogidos en nuestro amado Santuario, y
entonces veníamos llenos de esas virtudes que nos da la satisfacción del
deber cumplido y al recomenzar este nuevo
domingo con el que comenzamos a contabilizar lo que será el “Jubileo de los 50”,
buscando desde ya preparar para ese incierto
futuro, tantas vivencias que debemos pasar
y comenzar a vivir, y estábamos aun contentos, ansiosos, sedientos de ese amor
que nos regala María y nos permite sentir
que este nuevo tiempo, desde esta nuevas playas seremos para hoy y el futuro
mejores personas, mejores hermanos, más solidarios, más comprometidos, y al comenzar el día con ese ímpetu natural de sentirnos hermanos, la noticia nos golpea y cambia nuestra mirada, nos sentimos agobiados,
adoloridos, la pena nos ha
inundado y opacado todas nuestras alegrías y
se nos viene y vuelve a venir, y se comienza a quedar entre nuestras
mentes y corazones, el rostro de ese hombre bueno, que estuvo con nosotros, que
pasó “haciendo el bien” entre nosotros,
que nos regaló su generosidad y
procuró siempre entregarnos lo mejor de él.
Nadie podrá olvidar el espíritu de
colaboración de nuestro hermano Jorge Olivero (Q.E.P.D.); su porte, su
estatura, su silencio, su sonrisa, su silenciosa
y tremendamente comprobada buena voluntad
de servicio para con todo lo que significara ser parte de este “terruño” en que nos reunimos para nuestras grandes momentos personales de oración y de acogida, y
estará allí la mano, su mano, que dejó
sus huellas, en aportes que quizás muchos desconocen pero que están allí y en ese entorno que tantas veces nos juntamos;
Sabemos que su espíritu y cariño en
tantas obras está y estará presente, así como el trabajo y compromiso junto a
su esposa y familia, quienes nos han enseñado tantas formas de servir,
reconociendo también sus liderazgos naturales que nos permiten reconocer que el
sentimiento común que nos envuelve, nos llena de valores espirituales y comprometen en mejor forma la permanente obra de la
Iglesia, como lo es la evangelización.
No hay palabras. Ustedes lo saben;
es más, lo sabemos, lo entendemos, lo
palpamos hoy en medio de la triste noticia, caímos de rodillas frente al
Santísimo para ofrecerle todas nuestras
dudas y quizás en esa tranquilidad que nos da Cristo con su presencia, nos permitiera
ser comprensibles frente a esta inesperada situación, más tarde en la Misa de
hoy, nos pasamos meditando todo el
momento con su presencia, se notaba entre todos nosotros de rostros compungidos
y tristes, preocupados, que su alma corría
entre nuestros sentimientos y algunas lágrimas
que no pudieron contenerse, afloraron
como muestra de la delicadeza y del sentimiento sincero del dolor que fluye en esas salobres perlas del alma
que nos ahogan y quizás nos alivian en
medio del dolor.
Alguien de las tanta personas que allí
estuvimos, con su sabiduría tan
reconocida, me decía, que : “Estas
pruebas de la vida, se deben enfrentar
con serenidad, fortaleza, pero con un ingrediente
que no debe faltar, para hacer poderosa nuestra
débil situación ante el dolor y la incomprensión, y ese factor de importancia debe ser la fe. Fe
en medio del dolor es un gran mérito ante Dios…”
Y
quizás sea ese el mayor de los tres ingrediente básicos para superar
esta adversidad, y a la luz de la fe, entonces debemos pedir al Padre Dios, que nos guíe y nos conceda lo que tanto
necesitamos en este momento: paz, tranquilidad,
fortaleza, comprensión y esa esquiva y muchas veces débil fe, que nos
hace muchas veces titubear en la soledad del dolor, pero que a la luz de la oración
hacemos crecer, puesto que nos regala ese don de la aceptación, y la
comprensión frente a quienes sufrirán desde hoy la ausencia de Jorge, recordándole
entre nosotros como ese hombre generoso que aportó grandes desafíos y tareas que guardamos con
cariño de su servicio al Santuario.
Muchas obras materiales están allí,
ya habrá tiempo para enumerarlas, no por vanidad ni consuelo, sino porque son
una muestra de su desprendimiento y sentido de “darse” y donarse sin recompensas, pero lo que nos queda de él es su fuerza por
haber enfrentado junto a su amada Ginette, en su
vida inicial como “Madrugador”
esa pena que si bien trató
humanamente de superar, lo acompañó en silencio en su largo peregrinar, haciéndolo
caer en los abismos del dolor y la duda y que poco a poco en compañía de sus
amada esposa y familia, logró aceptar, sin tener jamás esa necesaria tranquilidad de aceptar la voluntad
de Dios y que afectara su alma de niño, por la pérdida de su propio hijo.
Te extrañaremos Jorge, hoy, día de tu onomástico serás escoltado por el soldado de Cristo ejemplar, como lo fue
San Jorge, y recibirás de Él también la
fuerza de sentirte lleno de la Gracia
que te regaló tu Alianza de Amor con María, para seguir marchando con ese optimismo y esa alegría de servir en el silencio, como tantas
veces te vimos, poniendo a disposición de nuestra familia del Santuario tus propios medios y pertenencias, para facilitarnos las labores que tanto apoyo
requiere la evangelización y la extensión o envío de nuestro Santuario a los ámbitos
de la Diócesis y de todos los lugares donde queremos permanecer, para acoger, transformar,
educar y servir como enviados por nuestra
Madre, que hoy te acoge con todo su amor en sus brazos y te presenta a su Hijo
Amado, para regalarte aquello que guardaste con esperanzas en tu
corazón, el momento crucial de la luz del Resucitado que te acompañará por toda una
eternidad y hasta el fin de los tiempos.
Amigo, Esposo, Padre, Hijo, hermano
Madrugador, colaborador excepcional y entrañable, compañero y Hermano de
Alianza. ¡Descansa en paz!
Antofagasta,
23 de Abril de 2023
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