sábado, 20 de diciembre de 2008

POR ALLI POR ""LA CHIMBA"


En un verde rinconcito del jardín de nuestro Santuario de Shoenstatt Antofagasta, descubrimos hoy en la mañana, gracias a la foto elocuente de mi amigo madrugador, Miguelito, armoniosamente colocadas las figuras de la "Sagrada Familia", en una actitud de silenciosa espera, observancia y reflexión. Miradas pintadas de distintos colores, pero todas con un fulgor de esperanzas, deseosas de ver en la tierra húmeda de vahos de animales esperando entibiar en esa hermosa fantasía de yeso y tierra, recordando el pesebre vivo de hace más de dos mil años, cualquiera de estas noches ver agitarse en los brazos de su madre o en el pesebre, el cuerpo del pequeño ser que nos traerá la mejor y verdadera luz para la vida: la luz del amor.
El viento de la mañana corre juguetón por los rincones y tiende a golpear, en un juego de fuerza insuficiente, el frío metal de la pesada campana de lo alto, para anunciar que el niño, el tan esperado niño, esta pronto a nacer.
En tal cuadro, revolotean los gorriones buscando las semillas, ignorantes al más importante de los acontecimientos humanos: el sagrado nacimiento, y en medio de ello, nuestras miradas se tornan de nostalgias y de penas, cuando pensamos que no muy lejos, en las barriadas de La Chimba, arriba, cercano a los basurales, hay también niños que nadie espera, que nadie necesita, pero que están ávidos y deseosos de sentirse amados. Allí están los que sufren pobreza, los que padecen también enfermedades, que sueñan ilusionados para comprobar con alguna actitud nuestra, que han llegado a ocupar un lugar a un mundo de hombres buenos.
En las camas de los hospitales, habrá lágrimas de los que están postrados y estertorosos consumiendo los últimos alientos de su vida, cubriendo de vez en cuando con amarillentas y curtidas sábanas, sus enrojecidos ojos, para no delatar las lágrimas de la soledad y el abandono.
Cuántos observarán de sus balcones las luces de colores, y tratarán de explicarse el porqué entre tanto colorido y aparente alegría, sienten que una pena les agobia el pecho y les consume en la soledad de la noche.
Cuántos tendrán el corazón puesto en aquel o aquella persona, o ser amado que el año pasado estuvo vibrando a su lado con una sonrisa de amistad y con una clara muestra de afecto, y hoy es solo recuerdo y su silla en la humilde cena, permanecerá vacía.
Cuántos que pasaron todo un año siendo amigos, entregando toda su bondad y vitalidad para hacer vida el "amor al prójimo", descubrieron con estupor que de la noche a la mañana quedaron en el más absoluto abandono, sin amigos, sin sonrisas, completamente vacíos y ausentes del calor de una amistad que florecía y crecía contra el viento y la marea, al igual que cualquier normal relación de amor, pero que a la más leve brisa, se derrumbó con estridencias. Cuántos hombres y mujeres pasarán mirando la luna entre las rejas y las estrellas imposibles de alcanzar desde la propia cárcel del alma.
En otros rincones, entre tibios y salinos cartones que se extienden a lo largo de la costanera de la metrópoli que crece con un claro índice de desarrollo, empapados en alcohol y en interminables noches, habrán seres reunidos a la luz de un fogón, quemando el recuerdo de lo nada que esperan.
Allí estarán sin sonrisas, sin fulgor de esperanzas, solo con esos dolores de los que tienen mucha hambre.
Cuántos que trabajaron con ahínco, con entrega, con compromiso en sus humildes trabajos, que sirvieron a las ganancias que generaron grandes capitales a los dueños de la empresa, recibieron su tarjeta navideña con el anuncio del “despido”, por haber estado muy enfermo, o porque “la edad” no da garantías de servir un nuevo año, frustrando sueños y voluntades y sumiéndonos en las tristeza más profunda de la incomprensión.
El 24 en la noche, después de disfrutar de nuestros villancicos, después de nuestros cantos, después de vivir la mejor Eucaristía, el mejor sermón, la mejor alabanza, el mejor abrazo de la navidad, que es la del anuncio del nacimiento definitivo del Mesías, marcharemos seguros al calor de nuestros hogares.
Para nosotros será la noche del Aleluya de Haendel, con ángeles sonrientes pintando los cielos de luces y alegrías. Estaremos contentos, con esa emoción interna que da un nuevo renacer. Disfrutaremos de todo aquello suntuario y hasta innecesario, que nos quitó tantos días de afanosa búsqueda, tratando de encontrar ese algo que expresara nuestro sentimiento, eso que nos consumió bastantes horas y que tal vez no encontramos, creándonos un sentimiento de franca frustración. Eso que nos quitó tanto tiempo llevándonos por los rincones de plazas y mercados para encontrar ese mensaje y la señal de afecto que esperamos entregar a aquellos que tanto amamos. Terminará la agitada jornada de una nueva fiesta agregada al calendario, con viejos pascueros cansados, transpirados, con pies dolientes, de voces gastadas de cantar para ganar la clientela en las puertas de los negocios, soplando en aire de frescura sus barbas blancas de algodón y fantasía, donde los alientos corporales multiplican la temperatura y queman hasta el rostro, creando a los que miran, ilusiones y sueños inexistentes.
Ojalá que podamos esa noche, pensar también en esos seres que pasarán la Nochebuena como Cristos vivos y sufrientes sin tener la oportunidad siquiera de recibir un tazón de caldo caliente que recorra sus gargantas llevándose a los estómagos las penas y amarguras de la vida en un mundo, que en verdad, no es de todos.
Que el ¡Gloria a Dios en los altura y en la tierra paz a los hombres!, sea en verdad para nosotros los cristianos, la ocasión no solo de cantar sino de entregar un poco de ese Dios que tanto amamos, a los que no lo tienen, a los que están sufriendo, a los que aman y no les aman, a aquellos que tuvieron un amigo y hoy no lo tienen, a esos que eludiendo las verdades, prefieren hundirse en la noche del alcohol o la droga, para ocultar sus grandes penas, o de aquellos que en el mundo de hoy viven llenos de riquezas, tranquilidad de un buen sueldo y una asegurado trabajo, pero vacíos de alma, sin Dios ni Ley, por que no conocen ni han conocido, ni podrán tampoco nunca conocer, por orgullo o sencillamente porque no quieren, al niño que nace para todos y por todos en el pobre, humilde y solitario jardín de Belén.

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