martes, 20 de diciembre de 2011

NO ENTIENDO LA NAVIDAD DE HOY


Cuando era muy pequeño, asistíamos con unción y respeto a las Novenas del Niño Dios, en la parroquia San Rafael de Maria Elena, donde el Padre Juan o el Padre Leonel y/o Luciano, nos enseñaban a orar y a preparar el alma para recibir el nacimiento del Mesías. Aparte de rezar junto a nuestros padres, en una parroquia repleta de familias y trabajadores que se esforzaban por asistir a la novena vespertina, después de las largas y calurosas jornadas de trabajo, veíamos reforzadss, a través de esa actividad religiosa, las enseñanzas del catecismo dominical, que nos hablaba de la vida de Jesús, preparándonos para otro acontecimiento más personal,la Primera Comunión.
Es verdad que los tiempos cambian. Hace dos mil años, vino el Salvador a entregarnos su vida, para redimir nuestros pecados y mostrarnos el verdadero camino del amor y el perdón y eso no ha cambiado.
Es entendible, por la existencia de gran infinidad de recursos y medios, que ya no tengamos que fabricar con nuestras manos con cascaritas de huevo, los rostros de Maria y José y hasta el niño Dios en un pesebre de papel arrugado, imitando la caverna del nacimiento de Jesús. En esos tiempos de austeridad familiar pampina, lo fabricábamos todo, angelitos y estrellas hechas con papel plateado o platinado que extraíamos de las cajas de té Ceylán y que generosamente nos permitía sacar de las bodegas de desechos de la Pulpería el señor Sibilá.
No critico para nada la comodidad de hoy y el maravilloso tiempo ganado en función de otras actividades, lo que nos permite el privilegio de tenerlo todo en una mano, mientras la otra se mete al bolsillo para comprarlo todo. Árboles de plástico, otros de fibra óptica, luces, estrellas luminosas, redes multicolores, renos que son una maravilla iluminados y que, en honor a la verdad, hasta hoy nunca conocimos en directo, salvo aquellos de las películas del cine. Viejos Pascueros para todos los gustos, que se meten a la chimenea, que salen de la misma, y que se tiran en paracaídas o que escalan montañas o tejados con atuendos tremendamente incómodos y calurosos para esta zona, algunos en motos, bicicletas, automóviles, otros que tocan batería, equilibristas, malabaristas, platilleros, bomberos, trompetistas. En realidad son miles, pero muchos miles, y hay que estar atentos, por que en verdad, son ya objetos de colección.
Mi padre, trabajador pampino, y todos nosotros como sus colaboradores, fabricaba un árbol todos los años, considerando un tronco de tubo metálico al cual se le soldaban las ramas de fierro de menor diámetro para hacerlo más dúctil, y aquella estructura apernada a una base de madera. Para imitar las ramas, forrábamos cada una de los alambres con papel crepé cortado y “peinado” con una cuchara, para darle “volumen” y fuimos testigos del “último grito de la moda” de esos años, cual era deshilachar gruesas gomas transportadoras de esos retazos medio quemados por el uso y que se empleaban en el transporte del caliche a los molinos, por que entre la goma, surgían telas y entre éstas, hilachas que a modo de flecos enrollados en el tubo de metal y en las ramas de alambre, iban dando consistencia al follaje tupido del pino navideño, dejándonos las manos negras, sucias y con las uñas y ropas pasadas al sucio pegamente y goma.
Después de esa odisea del arbolito de fierro y correa transportadora, venia la fase de la pintura, cubriendo el color negro con pintura verde, licuada y vertida en una cansadora maniobra, aprovechando la bomba insecticida, infaltable en cada hogar, para combatir las moscas con flit, aprovechando esa particularidad y arrojar pintura pulverizada en todos los rincones del arbolito, a fin de darle buen color y textura a las ramas.
No había juegos de luces sofisticados con ritmos musicales como hoy, y si los había, eran muy caros e inalcanzables. Por ello, había que completar un segundo proceso. Pintar ampolletas de 110 volts, utilizadas como luminarias en algunas faenas de la empresa, sumergiéndolas en tarros acuosos de pintura con colores blancos, verdes, amarillos, rojos y azules, colgándolas varios días en los pocos alambres destinados al secado de la ropa del callejón o los pequeños patios, para después tomarlas una a una, soldarlas al cable eléctrico, cuidando de no equivocar los circuitos. Cada dos ampolletas de 110 en serie, se completaba un voltaje de 220 volts, y como no había suficientes portalámparas, debían forrarse los golletes de las ampolletas ya soldados al cable, con huinchas de tela y goma, para evitar accidentes eléctricos. Ésa sí que era tecnología de punta. Después de fabricada la guirnalda con varias ampolletas, tosca, gruesa, pesada y frágil había que forrar el grueso cableado, primeramente con huincha aislada de género, luego con papel crepé y/o restos de la pitilla y la goma, para volver a pintarlos con la bomba de flit.
Pasábamos todo un mes en los preparativos de ese árbol, que a decir verdad, era bastante tosco, pero poseía la magia y la dulzura de una obra realizada en familia, ornando finalmente, la esquina de la sala principal, al ladito del mueble de la radio, que era el único medio que transmitía de seis de la tarde a doce de la noche, algún cuento de Navidad en el conocido “Rincón del Abuelito Manuel”. En esa misma esquina de la sala, al lado del enchufe, y en primer plano, lo más trascendente de la fiesta: El nacimiento de Jesús, símbolo universal del verdadero sentido de la navidad de todos los tiempos. El 24 concurríamos a la tradicional "MIsa del Gallo", que era en verdad de madrugada, muy abrigados y felices del nacimiento del Salvador, para volver muy tarde y compartir el chocolate y el pan de pascua hecho por mi madre.
Los regalos, eran sencillos. Caramelos en los zapatos puestos en la ventana que daba a la calle, una muñeca plástica, o un juego de palitroques de madera, completaban nuestras mayores aspiraciones, sin negar el sueño de tener algún día un camión de madera o lo imposible para mí: un tren eléctrico que nunca obtuve.
Cosas del ayer. Árboles viejos y estrellas de papel que quedaban al final de la fiesta del año nuevo, escondidas en los tejados, por ausencia de espacios y bodegas, esperando la próxima navidad y que con el cierre de algunas oficinas salitreras permanecen como mudos testigos de un hermoso pasado salitrero.
Hoy es más fácil, hay que comprarlo todo. Pero es tanto lo que hay, que hasta se sufre por no saber qué elegir. Salir a buscar por estos días a los centros comerciales, resulta en verdad un infierno. Mucha gente, mucha oferta, locales llenos de público ahogado por la ausencia de espacios cómodos, sin aire acondicionado, en ambientes sofocantes y después de la aventura llegar a la casa, y darse cuenta que lo más importante del sacrificado viaje, no se adquirió por falta de dinero o por algún involuntario olvido.
No entiendo la navidad de hoy, se habla poco de Jesús, no hay novenas, poca oración y el alma permanece sin voluntad de cambiar como todo el año. Ninguno de nosotros nos inclinamos al perdón, ni tomamos una actitud de verdadero sentido cristiano, dándole importancia a otras situaciones anexas y nos metemos en un sub mundo de adquisiciones, de compras, para darnos cuentas que entre el ajetreo, la bulla, el calor, las dificultades económicas y todo lo que pudiera otorgarnos felicidad, llegamos ansiosos a la noche del 24, pero estamos tan, pero tan cansados, que lo único que queremos es pedir al niño Dios, que nos regale un poquito de su pobre pesebre para recostarnos a su lado y en la tibieza del aliento de los animales derl estalo con olor a heno, sentir que ese ser de luz, nos puede definitivamente ayudar a encontrar la paz interior y junto a la familia de Nazareth, la Sagrada Familia, tener la maravillosa y merecida oportunidad de cerrar los ojos y finalmente descansar.
Feliz Navidad amigos.

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