CUMPLEAÑOS DE “PAMPINO”
En mi vida de infancia pampina, no
fui a muchas celebraciones de cumpleaños de pampinos, pocas veces me invitaron,
pero eran celebraciones seguras, con “challa” y
gran alegría en nuestros barrios o “corridas”.
En lo que respecta a nosotros, la “numerosa”
familia de los “Hermanos Garcia”, debo reconocer que no tengo memoria que nos
hayan celebrado un cumpleaños en casa; éramos demasiados hermanos y a veces el
“suple” de la quincena del PAY ROLL 15833, que era el de mi padre,
parece que no alcanzaba a cubrir las necesidades del festejo.
No tengo tristezas por eso ni
resentimientos, es parte de lo feliz de mi vida.
Lo que sí me ocurre a mis sesenta y tantos de hoy, es que no me entusiasma el cumpleaños, no me preocupa que haya o no haya, porque entre haber y no
haber, lo nuestro como familia siempre estuvo en el límite del “NO HABER”,
y sumado a ello, la mala fecha que se le
ocurrió a mi madre tenerme en ese hospital de María Elena, en esos días
posteriores a la navidad, al mediodía del 28 de Diciembre, (ya ni me acuerdo el
año), fue todo un gran acontecimiento al que llamaron “una mala broma” del “Día
de Inocentes”.
Estaba, en cuanto a fechas, muy
cercano, por no decir casi en la esquinita de la recién pasada navidad el cumpleaños, así que mi madre, con
su bondadosa sonrisa y su claridad de mamita buena, cada Navidad me decía: “Hijo,
le debemos el regalo, pero no se preocupe, le llegará con el del “cumpleaños”,
lo que aumentaba mis ansiosas expectativas de “doble regalo y celebración” y
creaba en mi esa agitación natural de pensar
qué o cual sería “mi” regalo.
Así que, en mérito de las
circunstancias, nos conformábamos obligadamente con un regalo “común” entre
todos, aunque a mis hermanas les regalaran muñecas plásticas o de goma, para
apaciguar mis intereses y hacer una pequeña diferencia y ejercer mi condición
de varón en medio de esas tantas hermanas mujeres, me sorprendía mi mamá con
sus “sorpresas navideñas”.
Esa mañana de un 25 de Diciembre, me
pasó un simple tarro de leche “Nido”, pintado de rojo, con una caja de “Mentolathum”
soldada con estaño en su cubierta
superior, a modo de tapa de estanque. Y así no más, sin gran protocolo ni
color, fue ese mi regalo. Sin camión, ni
ruedas, ni menos montada en un chassis a modo de camioneta, ni menos papel de
regalo, pero si con una llave tipo grifo
soldada a su estructura con una salida de un tubo con orificios que asemejaba
esos grandes camiones de regadío que nos regaban la calle Luis Acevedo siempre
llena de polvo por la cercanía de “Los Molinos”, pero que fueron para mí, el mejor
de mis regalos y mi mejor sueño.
Anduve sudoroso sacando agua de la
artesa, llenado el tarro y abriendo el grifo y cuando se me terminaba el agua y
volvía a iniciar la tarea, ya estaba
todo seco. No sé cuántos viajes habré realizado, pero cuando volvía a llevar el
tanque de leche “Nido” pintado de rojo con tapa de caja metálica de Mentolathum
y abrir regocijado de alegría la llave tipo grifo, para comprobar que caía el
agua “chorreando” hermosa como perlitas en hilera hacia la tierra, al reiniciar
mis carreras de regadío, cuando volvía,
estaba nuevamente todo seco.
Debo
ser agradecido también. Varias navidades
pampinas de mi vida, la dulce y
trabajadora Señora Raquel del Rancho “Chuqui”, nuestra amada vecina, me regalaba una toalla y
un “ENTRE PIERNAS” para ir a la piscina en las tardes del verano. Ella era muy
generosa y yo ansiaba ese regalo pues
era el único que en verdad recibía. Alguna que otra vez un abuelo, que no era
mi abuelo, pero que amábamos como abuelo, Don Eduardo Muñoz, llegaba con una
camiseta del Colo Colo, unas medias y
una pelota de fútbol que era el furor de
las “pichangas” del barrio y que moría reventada entre las “guerras” a penales, clavada a veces por los fierros afilados de los metálicos ventanales. Zapatos
de fútbol con puentes de suela, eran muy difícil adquirir y alguna vez mi padre
hizo un esfuerzo económico gigante, pagando en la Asociación Social y Deportiva
alguna adquisición que le descontaban en varios meses y que le aminoraban sus escuálidos ingresos.
El cumpleaños, no lo recuerdo. Lo
que sí puedo decir que mi hermana mayor alguna vez, le celebraron. Pero eran
toda una odisea, se preparaba esa fiesta “Malón”, como con dos meses de
anticipación. Había que hacer unos conos de cartón, pegarles papel crepé
con chasquillas de papel y botones del mismo material para
distinguir gorros de payasos para
varones o gorritos más finos para las damas.
Era un trabajo abnegado de muchas
madres, que se esmeraban por esos detalles, los que incluían guirnaldas de
papel volantín, pegadas con engrudo, y que les cortaban con tijeras cuadrados y
bizcochos, pegados a una cuerda larga de cáñamo y afirmada en los clavos
permanentes que quedaban en las molduras de las “Salas” o de los comedores para
todas las celebraciones de cada año. No sé cómo entraban tantos niños a esas
fiestas de nuestras pequeñas casas, y era
tradicional la foto final que después, con suerte o por simpatía del
amigo de las fotos, podrían hasta salir en la “Revista Pampa” y todos lucían sus mejores trajes, las niñas con
trajes de “organza”, y los varones de
pantalones cortos con suspensores o
largos bien aplanchados y casi siempre muy sonrientes.
El comestible era otra historia.¡¡Sorpresas!! hechas en tubos de cartón de papel confort,
(recolectados en las casas de los vecinos del barrio), con dulces de goma, un
par de calugas y algunas galletas, todo envuelto con el infaltable papel CREPÉ y
sellado con cinta, y como no habían
platos plásticos ni de cartón, le dábamos
a los pocos platos y bandejas prestadas
por las vecinas. Nos “salvaban” las infaltables
y típicas servilletas. A veces, hasta con ese papel delgado de la Pulpería se
hacían unos “Cambuchitos” ornamentados con cintas y resultaban muy elegantes
dentro de la amada pobreza.
Los infaltables “Canapés” de huevo mezclado
con mayonesa natural, con una sonrisa de
aceituna en el centro o un colorido “cuadradito” de zanahoria o de “morrón “,
que nadie se comía. Los queques individuales, las galletas horneadas en casa,
los pancitos con mayonesa y paté de tarro de ternera y tantos inventos de
nuestras madres.
El infaltable bizcochuelo que se
transformaban en ricas tortas de manjar, cubiertas con ese batido de clara de
huevo y azúcar y esas perlas brillantes esparcidas y ordenadas en la cubierta
principal, las que muchas veces sacaron de raíces nuestras propias muelas, parecían bolitas de acero de rodamientos,
pero eran dulces y las caries se rendían
ante la dulzura de sus brillosas esferas….
Dulces y pastillas “Ambrosoli”, Gomitas, unos caramelos como “huevitos” con
almendras en el interior, y los vasos de Orange Crush, en esas botellas que servían para rascarles
el lomo con tenedor y llevar el ritmo de las cumbias o rancheras, un “ponche”
de bebidas con un poco de vinito blanco para los adultos, con trocitos de
duraznos naturales o en conserva, o esas limonadas naturales llenas de azúcares y enfriadas en las viejas
hieleras.
Mi mamá tenía la mala costumbre de
mandarnos en fila india a los cumpleaños del barrio, como quién nos enviaba a
los leones. Si no tenía para celebrar
nuestros cumpleaños, menos tenía
para llevar el tradicional regalo al festejado.
A veces la larga fila de los “hermanitos
Garcia” parecían esas filas que se presentaban en el inicio de las funciones
del circo. Mi valiente y tímida “hermana mayor”, Ana María, que se moría sonrojada
de vergüenza, partía a la cabeza de la gran columna a la casa de la Jenny Vera
a celebrar su cumpleaños y al parecer los comensales se miraban y decían entre diente: (-Viene
llegando el “Circo” Garcia), y se paraba
la festejada en la puerta de la entrada para recibir más que el saludo “su” regalo,
y entonces mi hermana le decía a la
madre de le enfiestada: “Dijo mi mamá que le “debía” el regalito”, y ya
entonces la fila india se posesionaba de los pocos asientos disponibles y ya
lueguito nos quitaban las tazas del chocolate o los platos con las golosinas y
nos mandaban llenos de sonrisas a “jugar”
a la “Sala” para darle paso a otros amiguitos invitados. (Entre paréntesis y
“literalmente” el “deber” el regalo a quienes nos invitaban, nunca lo pagamos,
aun lo debemos, y eso de que mi mamá me decía:
“Hijo, le debemos el regalo de Navidad, pero no se preocupe, le llegará
con el del “cumpleaños”, nunca llegaba a
tiempo, por inconvenientes del desgraciado “Viejo Pascuero”.
Casi siempre durábamos muy poco en
esos cumpleaños del barrio. Prueba de ello es que nunca salimos en alguna
celebración de cumpleaños en las tantas Revistas “Pampa” o en las páginas de
“Nuestros Niños”. Así que ya en el
futuro, sencillamente no nos invitaban, se ahorraban las tarjetas y la espera
de los regalos. Se comprende y se
entiende que éramos muchos, aunque a veces nos
permitían mirar hacia las fiestas por las enrejadas ventanas de las
casas de la pampa.
La “clave” era echarnos de la fiesta
“antes” de la aparición de la torta. Quizás por ello conservamos aun buenas
algunas de las pocas piezas que van quedando en nuestras dentaduras naturales,
evitando la quebrazón de muelas con las perlas brillantes como esferas que
adornaban esos pasteles redondos pintados con
crema blanca de clara y azúcar, y llenas de rodamientos casi metálicos
de bolitas abrillantadas, que nos regalaron caries y momentos dulces en nuestra
amada pampa salitrera.…
Les agradezco de corazón su lectura.
Sí, es verdad. Mañana 28, o ya a
casi luego como buena “broma” del día, estoy de cumpleaños, son 69, un número
medio confuso o malicioso a estas “alturas del partido”. Lo bueno que ya el 1°
de Enero, cambia la figura y entro a las siete décadas, y como
ya no tengo ni ganas de celebrar, ni puedo pasar los dulces o las tortas, haré una locura de pobre pampino bien
nacido y me iré a tomar una vaso de tecito y comerme un “sandwich de pescado” en la “Caleta” de pescadores de Antofagasta,
para celebrar como pampino este nuevo cumpleaños que Dios me ha regalado y que
me he permitido compartir con ustedes en esta extensa y latosa nota de
cumpleaños de pampino.
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