lunes, 12 de septiembre de 2022

REUNIÓN "MADRUGADORES"

 

    

El viernes recién pasado, nos reunimos (los que pudimos), pues - a última hora -, tuvimos la ausencia obligada de Claudio Jeria, que estaba comprometido en su asistencia,  pero que debió viajar a Santiago por un tema muy personal  del fallecimiento de su Padre, y  por el cual oramos y acompañamos en su dolor, y  no pudimos suspender la actividad de  encuentro por tener ya  todo consumado  en cuanto a compras y   temas propios de logística. Sin embargo, compartimos con el respeto del dolor personal de uno de nuestros hermanos “Madrugador”, con la sobriedad y respeto a su situación.

Asistimos pocos, y los que no lo hicieron, se excusaron atentamente. (Estos días previos a “Fiestas Patrias” son de muchas actividades laborales y de temas de hogar.)

Asistió nuestro coordinador, Pedrito Osses,  Boris Osorio, (al que le dieron “permiso” al igual que a mí), nuestro nuevo Madrugador y amigo de Luis,  Juanito AStudillo, el  ya bien antiguo Madrugador casi “Decano” del cuerpo consular  David Finch, (siempre sereno y servicial y bueno para las bromas a “su” estilo) ,  y el no menos  pletórico de sabiduría y experiencias,  hombre  que pone toda su sapiencia y equilibrio en cada encuentro, manteniendo siempre un alto sentido de compromiso y fidelidad, todo un icono de la vida del Santuario,  el muy apreciado, respetado y querido Carlitos  Becerra y  en forma muy especial  y para su personal alegría y satisfacción  la grata  compañía de su amigo y “compadre”  Enrique Sotz.

 Luis Nuñez, como siempre lleno de buena voluntad y con ese espíritu de servicio que lo caracteriza,  se preocupó de “todos” los detalles, y nosotros, los comensales,  sólo del  plato y los cubiertos y  en un dos por tres, fósforo en mano, dio inicio al proceso de encendido  del carbón que,  ayudado por el  aire un tanto fresco de la noche  y la técnica propia de viejo , o mejor dicho “antiguo” parrillero, dominó en poco tiempo el negro y frío carbón de espino,  que de a poco comenzó a expandir ese  aroma característico, que ya en estos tiempos algunos llaman “olor a contaminación”, pero   que  nos despierta,  desde siempre, el  jugoso “apetito”, como si  el paladar supiera que pronto sobre esas brillantes  y ardientes brasas, caerán rendidos a su destino alimenticio para quedar con la cocción “a punto”, a esos trozos  de carne que adobados solamente con sal,  en la primera vuelta, entre medio de los aromáticos jugos y ricos vapores, nos harán caer en esa deliciosa  trituración de nervios, texturas,  vitaminas y proteínas que aumentarán los azúcares, y los  colesteroles  adhiriéndose en los torrentes de nuestras venas , y las grasas  fundidas se irán escondiendo disimuladamente con los jugos en nuestras bien ocultas y preocupantes barrigas, que nos provocan tanta incomodidad en nuestra  vanidad estética, pero que  al olor del asado, el chorizo y la marraqueta crujiente,  calentada en la misma parrilla, nos rinde y nos deja con esa idea de que “un desarreglo de vez en cuando, no provoca daño”, y todos esos “de vez en cuando” se  acumulan  en las grasas sobrantes  y aumentan desmedidamente el peso a nuestras abultadas figuras.

De los asados se han escrito poemas y canciones;  los argentinos, en sus tiempos de bonanza  ganadera y fácil acceso a los mejores filetes o carnes a la parrilla, y el abundante  gusto gastronómico escribieron por allí, muchos simpáticos encuentros, traspasando la frontera cordillerana y siendo también motivo de interpretación de los cultores del folklore chileno.

Sin duda de ningún tipo, lo mejor de un asado, está siempre en la “previa”. En la hora del carbón, en la agitación entusiasta y agitada del cartón como aspa para provocar la corriente del aire necesaria que apura y acelera el encendido, y así evitar que queden algunos leños carbonizados sin quemar, para evitar el monóxido de carbono, que con el sabor, pasa peligrosamente “directo” desde el paladar al cuerpo.

Esa es, como decía,  precisamente la mejor oportunidad del brindis, de sacar las cervezas ocultas de los maleteros de alguno que llevó su auto con “copiloto” para la “vuelta a casa”, o entibiar el vino generoso “chambreaito” y sin muchas veces conocernos, explayarnos en los arreglos del mundo y en la solución de la vida, en el conocimiento de la historia, de la política de la religión, del cura y la cultura, de la sociedad, y todo lo que se nos ocurra, en medio de los chistes y anécdotas, y todo motivado al calor de lo que va a parecer ser un  buen y jugoso asado de camaradería y amistad. Afloran entonces los sentimientos de cariño, el deseo del abrazo fraterno, y ese carbón encendido nos transporta a la fogata de niños con los padres o los amigos, o los fogones universitarios o de los Scouts, transportándonos a los lugares en que alguna vez fuimos de camping, y calentando hasta el pan,  clavado en una rama húmeda, para  encontrar en esas sensaciones lo que afanosamente buscamos todos los días, un poco de  alegría y  esa  tan esquiva pero siempre, siempre  tan cercana,  felicidad.

 En esos  chispeantes trozos de carbón que saltan al aire, se van también los recuerdos y nostalgias de los que ya no están  con nosotros y  siguen sus  caminos por otros  galaxias y al mismo tiempo , después de esos silencios de observación de los recuerdos  como si en las brasas se dibujara parte de la vida, vienen los mejores momentos ligados al brindis, a la conversa, a la amistad, y detenernos en tantas preocupaciones y carreras, para entregarnos a esa fase que también es muy importante en la peregrinación por la vida, como lo es el compartir y disfrutar de la amena reunión, con temas que fluyen, con risas que surgen, con comentarios  con gusto a “pelambres” que a veces nos obligan a  hacer el esfuerzo de no oír,  y tantas vivencias que nos van dando una   hermosa prosa o poesía literaria del encuentro de amigos y hermanos,  que bendicen con la presencia de nuestro Señor, la oportunidad de compartir, como lo hacía el mismo Jesús con sus apóstoles, bebiendo también de ese vino generoso de la tierra, y que se quedó con nosotros para la Gran Cena de la Eucaristía y comiendo el pan de la unidad y la amistad ambas suficientes y nutritivas para alimentar nuestra alma y el espíritu, sin importar mucho el mucho comer, sino más bien el mucho compartir.

Alrededor del fogón se inicia como en todo asado, la más importante actividad que nos puede reunir en una fraterna e inolvidable amistad.

Haciendo un recuento casi final, quedando tanto por decir, llegamos justo en esa noche, cuando ya el frío estaba en su punto máximo a refugiarnos al calor del tambor de la parrilla y considerar toda esa magia ya expuesta y que en ese calor de familia, nos une definitivamente en ese nacimiento y reforzamiento de la amistad, el mayor valor que como personas podemos tener entre nosotros.

Allí entablamos las primeras conversaciones con el grupo asistente, iniciando la amena charla con Carlitos Becerra, visiblemente contento y lleno de alegrías, por tener la grata oportunidad de compartir en ese minuto tan especial,  con su amigo,  ex “Jefe” (de “Rama”) y  para felicidad de ambos, “Compadres” y que  venía de paso por la ciudad desde Iquique y  que por supuesto no podía dejar  visitar a su amigo, y asistir, para alegría también nuestra, a compartir y conocernos en una  reunión informal y entregarnos al conocimiento de cada uno y al proceso natural de saber quién es quién, para así producir ese efecto que nos regala la integración y el conocimiento de nuestros interlocutores y llenarnos de sus alegrías, emociones y  conocimientos, que siempre son gratos para aprender un poco de los demás.

Más allá de haber resultado todo una  fiesta de respetuoso silencio por la pena de Claudio Jeria, y  compartir esos trozos que emanaban chorros jugosos en los platos, y que algunos tuvieron la suerte de disfrutar hasta dejar los platos albos,  y hasta limpios con el trozo de marraqueta sobrante del Choripan   previo,  con la rara excepción que siempre le toca a alguien y  que en este caso tan particular  ese alguien fui yo, en mis primeros intentos, en infructuoso esfuerzo de cortar,  me pareció que el toro era “milico”  como yo, por que murió en posición firmes,  tenso y duro , puro “nervio”, músculo y energía, y que nunca pude cortar, ni siquiera con el mejor cuchillo de la noche  que llevó el experto  en cortes, Pedrito Osses y que al parecer  era el pequeño cuchillo cocinero de la casa, porque lo que es el mío, en verdad, le busqué y por más que  desplacé el lado del serrucho, mientras la ansiedad me consumía con los jugos salivales que se resbalaban ansiosos entre los  molares, y que finalmente, además de algunas moscas intrusas presentes, me obligaron a cubrirlo con servilletas,  que se humedecían de las grasas jugosas, y que daban ganas de comérselas, y, decepcionado,  darme por vencido y asumir mi triste y “hambriento” destino.(Lo peor que nos puede pasar cuando uno va a un asado es no comer, además “pagar la inevitable cuota” ) y  guardar en el mismo plato dentro de la bolsita llevada por emergencia,  ese  trozo el que sin duda terminaría  su encanto en las fauces del perro de la casa, porque para el humano que le buscó todas las formas y  dando vueltas para uno y otro lado, le resultó imposible cortar.

Afortunadamente todos disfrutaron, siempre hay alguien que va al sacrificio, y en este caso fui favorecido con el único trozo inservible del toro militar que – repito -, murió en posición “firmes”.

Pero al final  nada, pero nada de eso importa,  al día siguiente,  ya en casa, con cuchillo afilado y recién pasado por la máquina de pulir, con la esperanza de picarlo y meterlo a la ollita de mis sopas dietéticas, con cebollita en plumita y condimentos para el  “segundo tiempo” que es el  apetecido “ajíaco”  alimentado de los trocitos buenos y limpios  que nadie usó, y que a veces quedan en los asados familiares, tampoco fue posible triturarlo y hasta el perro se quejó del hueso disfrazado  y nuestra amada perrita “Becky”, con dientes de sable, procuró clavarle una banderilla de torero al toro,  mientras yo la animaba con un bien españolado ¡¡ Oleeee!!. Al  final fue tragado  frugalmente por las fauces del hambriento  “perro” del barrio cercano a mi casa, y que sí tiene colmillos bravos y de sable, pues a vehículo que pasa con sus incisivos caninos le revienta los neumáticos.

Esto es una anécdota extra de lo que quisiera narrar como corolario final de este encuentro de amigos.

Carlitos Becerra, nos presentó en esa hermosa y mágica  noche en que no pude comer asado (dijo el “Picado), a su amigo y compadre Enrique, quien resultó ser una persona muy agradable, de una humildad y sencillez extraordinaria;  jovial,  alegre en su estilo, conversador y  lo más relevante, que quisiera resaltar en esta crónica que solo la leen o intentan hacerlo  mis amigos,  su amor al Santuario, puesto que en ese lugar  encontró motivaciones espirituales importantes  para su propia vida, donde también se impregnó de ese carisma que lo llevó a integrarse con otros matrimonios y formar parte ese equipo de soñadores  que desean hacer  de este mundo un mejor lugar,  dándonos,  además,  una pequeña cátedra de historia del Santuario, y hablando lleno de entusiasmo de sus orígenes y de sus propias tareas que permitieron levantar, con el esfuerzo de muchos, y trabajo de pocos,  la gran obra de  ese lugar, lleno de espiritualidad “Mariana” y  que ya,  próximo a cumplir 30 años el 2023, tiene tantas historias de conversión, de entrega y de crecimiento  espiritual en ese “Cenáculo Puerta del Cielo”, donde “brilla el sol de Cristo” y que nos reúne en distintas actividades y en el cual han pasado muchas generaciones, y otras que también vivieron la alegría del encuentro fraterno, y que han marchado a mejor vida dejando sus propias huellas e impresiones y vida misma, en ese lugar de Gracias, donde también nos vamos formando cada día y desde donde marcharemos también  quedando como parte de las arenas  que serán   nuestras propias huellas,  que nos llevan también al inevitable olvido.

Precisamente este amigo Enrique, es de los “pioneros”, de los “primeros”;  de aquellos que llegaron alguna vez  buscando horizontes laborales  como parte  de los equipos de trabajo empresariales a esta ciudad u otras del norte de nuestro amado Chile,  y que se cobijaron en la sana amistad y espiritualidad del Santuario, descubriendo en él, esas formas de vida  que integran a las personas y que la hacen sentir que en medio de sus soledades humanas  están en una familia, que les acoge y les permite esa seguridad de sentirse amados y  en eso aprendimos tantas cosas de este amigo, y en pocos minutos nos dimos cuenta que estábamos frente a un humilde servidor, que tiene, al igual que “Don” Carlos,  tantas cosas que decir, tantas historias que contar y tanto bagaje  acumulado en sus memorias, que no resulta justo, como en muchos caso, de llevarse solo para él  sus historias puesto que ellas de alguna forma nos permiten construir  una  realidad de tantos años  en esta tierra  “soleada” y que  ha tenido la virtud de crecer, con el esfuerzo de los laicos comprometidos, que hacen de este y otros lugares afines, un verdadero centro de peregrinación espiritual  y de crecimiento personal y familiar.

Es así entonces que,  nos contaba  el amigo Sotz, de las primeras historias cuando  en estos sitios eriazos, abandonados, alejados de la urbe y  en ese espacio  donde solo jugaban los vientos y las arenas en interminables carreras de remolinos y soledades,  nacían las primeras instalaciones de una sencilla Ermita, que hoy aún conserva alguna esencia del pasado,  pero que además  dieron inicio a la construcción y a la necesaria ayuda para levantar, en medio de este soleado paramos y lugar, una copia fidedigna del Santuario original, y que  con gran espíritu de colaboración y servicio,  lograron erigir,  dejando para alguna tiempo final de la historia del hombre, bajo los cimientos  de la propia construcción del edificio de la capillita central, esos testimonios, encerrados en algún tubo no degradable, donde  se conservarán los nombres y circunstancias de aquellos que lo dieron todo, sin tener nada,  y que en muchas oportunidades me he referido  a que no podemos ser tan injustos y no rescatar al menos para un recuerdo y oración sus nombres.

Aprovecho de insistir en este recuerdo futuro de la necesidad de  perpetuar para el recuerdo tantos nombres  de pioneros y que en la celebración del próximo  año,  en los 30 años,  deberán estar inscritos, no en la “Galería” de la vanidad humana , porque los hombres y mujeres que seguimos al Señor y  amamos a su  Madre María, jamás persiguen fama, sino “servicio”, pero que  de una u otra forma con su actuar han demostrado su compromiso y voluntad que no es justo olvidar, aunque ya tienen su gran premio en el cielo. (Después de todo, somos ciudadanos del cielo y de corto paso por la tierra, y de los ejemplos y testimonios de los demás se nutre la historia espiritual, y debemos preservar y ser justos con los que ya han partido y que fueron compañeros y compañeras en el camino de la peregrinación.)  

Debemos levantar una Pérgola en la “Plaza del Peregrino” y allí levantar un pequeño muro con una plaquita que recuerde el paso de tantos personas que han dado todo a cambio de nada, y si  bien no están con nosotros,  sus almas de vez en cuando recorren esas soledades silenciosas, donde  están sus recuerdos y su vida de servicio al lugar de Gracias del que tanto  nos enorgullecemos de amar y de seguir.

Así es que dentro de todo este grato encuentro, que pasó por conocimientos de la historia del Santuario, de testimonios familiar, de ese encuentro de “jóvenes de ayer”, con matrimonios e hijos recién iniciando sus vidas y con el grato encuentro de amigos, les permitieron vivir los mejores años de sus vida, aunque hayan tenido que emigrar de la ciudad, en busca de nuevos horizontes, pero que se han llevado en su  alma, todo eso que les permitió crecer, ser mejores personas, amar a sus familias y darnos cuenta que  la transformación interior que tanto hablamos y procuramos, es una realidad que ha tocado a muchas familias y personas y  permitido hasta hoy, como es el caso de estos amigos y “compadres”, mantener y fortalecer  esos lazos de amistad inolvidables,  que se dieron y estructuraron, paso a paso, minutos a minuto, en  este  lugar santo donde las personas aprendemos de la tolerancia, el amor, el servicio y que nos hace crecer espiritualmente en torno a valores que  en estos tiempos  se van perdiendo por tener  una guerra en que el mal trata de sacar a Dios de las vidas  e instaurar sistemas que viven a sus espaldas y hacen del hombre un  ser tristemente explotado o convencido que de que más allá de lo que nos espera, no hubiera nada, solo soledad y olvido, y abandono y destrucción  de nuestras últimas células de vida y negar el anuncio Evangélico de  que Dios nos ofrece como premio la  esperada y ansiada “Vida Eterna”, alcanzable solamente con fe y esperanzas.

Al concluir este recuento, del cual me extendí más de la cuenta, quisiera agradecer a todos los que estuvieron, y valorar la idea de  nuestro coordinador de reunirnos  con la siempre  colaboración leal y desinteresada de Luis,  y valorar la amistad crecida al  calor de un sencillo (y “duro” asado), que en el final no tiene ninguna importancia, sino que  lo mejor es agradecer las historias, la  conversa, el crecimiento que nos hace conocernos mutuamente y más que conocernos, querernos, y saber que, independiente de lo que cada uno haga,  nos unimos en un solo valor, que es amor, que es servicio, que es voluntad y todo ello al alero de un lugar que nos regala tantas cosas y al cual le debemos tanto.

Al caer esta noche, de un domingo de Septiembre,  agradecer a Dios la oportunidad de reflejar mis sentimientos en esta nota íntima para nosotros,  y desear que la ruta de Enrique Sotz,  en su moto, que  cubre distancias  y que lo llevan en la más absoluta libertad por los caminos de nuestro amado Chile, sea próspera,  y en medio de la aventura,  tenga la protección de María, que cada día lo busca y lo espera en el algún Santuario, y habrá seguramente alguna comunidad de “Madrugadores”  donde pueda llegar alguna mañana en su moto de “Centella”, a  regalarles su amistad, su amena conversa, su experiencia sabiduría  y consejo de hombre de bien, al que deseamos un pronto reencuentro con sus raíces, no olvidadas, sino más bien aletargadas por la circunstancias de la vida, y que   lo harán florecer nuevamente en esa búsqueda incesante de la felicidad, en medio de la permanente conversión y  búsqueda del ideal superior de nuestras vidas que es Dios.

Un abrazo a todos y los mejores deseos en estas fiestas patrias del año 2022.



                               Los  amigos y "Compadres" (Enrique Sotz y Carlitos Becerra).






 Faltó en las fotos nuestro "Decano", Dn.  DAVID FINCH

 

 




















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