Hermanos
Madrugadores.
Fue un día especial. Distinto a lo que
estamos habituados a vivir en comunidad en cada amanecer, encontrándonos con Cristo Eucaristía.
Cristo yace en la oscuridad y
silencio del Sepulcro.
La angustia, la tristeza, la
incertidumbre, el temor se apodera de los débiles apóstoles. Esos que tanto
prometieron dar la vida, y que en los momentos más difíciles de su pasión, lo negaron en medio de la debilidad humana. Cristo también
fue traicionado.
Fue una mañana de reflexión, oración y suave
canto, con mucho silencio personal, para conversar con
nosotros mismos, y buscar en nuestros
escondidos corazones, a ese Cristo que decimos tanto amar y que tanta
veces lo cambiamos a nuestra conveniencia.
En el recuerdo del Maestro que entregó
su vida por nosotros, se unieron nuestros
espíritus varoniles, para contemplar
a su Madre María, la mujer que en el silencio sufrió todos los
momentos en que el Señor vivió su dolorosa Pasión y Muerte, y que siendo mujer se mantuvo
siempre serena y valiente, hasta
en los últimos momentos unida a su hijo, el Divino Maestro, soportando sus injustos
dolores en el madero de la cruz.
Por ello que nos unimos a la Santa
Madre DOLOROSA, para acompañarla en el sufrimiento y tristezas, que sólo las madres que aman pueden
experimentar, ofreciendo este Rosario distinto , contemplando los MISTERIOS DE
DOLOR, y trayendo a nuestras mentes y corazones todas nuestras necesidades espirituales, y ofreciendo
también a MARIA, nuestras propias cruces de la vida; preocupaciones, finanzas,
desamor, deslealtad, incomprensión, humillación; Sentirnos tantas
veces solos en medio de la multitud,
buscar con desesperación a quienes tanto amamos y a veces tan lejos de nosotros
mismos,
Ofrecimos a nuestra Madre, por el dolor
de su hijo, esas penas silenciosas que llevamos cada cual en nuestras almas: el amigo que nos traicionó como Judas, la mofa por ser como somos en un mundo distinto,
casi alejado de Dios, las injusticias,
la falta de convicciones cristianas en medio del materialismo y la importancia
extrema del tener, más que el ser.
Pero también pidiendo perdón por todas
nuestras dificultades en amar; porque somos más soberbios que generosos, porque nos es más fácil criticar que corregir. Porque vemos en el
otro, los defectos más que sus virtudes y porque nos esforzamos tanto por
acumular riquezas o apegarnos a las
cosas materiales de la vida, cuando lo único que importa es la riqueza del alma
y el amor del corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario