A cinco años de
la visita del Papa Francisco al Norte de Chile
En enero del año 2018, como comunidad perteneciente a la Parroquia “Nuestra Señora de Guadalupe”, y con la participación entusiasta de un grupo de integrantes activos participantes del Santuario de Schoenstatt de Antofagasta, participamos en lo que pensamos sería la más hermosa aventura que hayamos tenido la ocasión de vivir como lo fue la sacrificada ida en la noche a la ciudad de Iquique, para esperar ansiosos la oportunidad única de nuestra vida como lo fue el estar cerca del representante de Pedro y conductor de la Iglesia, su Santidad el Papa Francisco.
Los preparativos previos fueron, como todo, de
esfuerzo sobre todo para los organizadores de nuestra Arquidiócesis, pero
además para las comunidades parroquiales, y movimientos y
personas que sintieron algún interés de no perderse esta gran
oportunidad de sus vidas.
Los más, se fueron en caravanas de vehículos
particulares los días previos a la ciudad de Iquique, para tener con tiempo
alguna reserva de alojamiento o para cobijarse en la casa de algún familiar.
Los más sacrificados de siempre, con la idea de compartir esta experiencia y
viaje, lo hicimos, con nuestras mochilas, cargadas de agua, abrigo y algo de comestible para el camino, (el
mínimo de ropa de cambio), para irnos en comunidad cantando, orando y viviendo en un ambiente
de gran espiritualidad, ese encuentro con su Santidad.
En ese tiempo la iglesia, estaba siendo
atacada por muchas situaciones
contingentes, en las que primaron con
mucha incertidumbre los temas de la
presencia del entonces cuestionado
Monseñor Barros, que estando acusado de graves situaciones de abuso, permaneció
vigente, sin tener la delicadeza de
anunciar o renunciar, y justificar alguna ausencia en honor a la visita
del Santo Padre, y prefirió ser el más
importante protagonista del momento, haciéndose presente en todos los actos de
la visita del Papa, lo cual afectó, sin duda,
este gran acontecimiento, con el desagrado de muchas personas que
estimaron una imprudencia en su desempeño , lo cual opacó la visita y presencia
del Santo Padre entre nosotros.
En lo particular, en cuanto a traslado,
nosotros como comunidad hicimos dos grandes grupos y tuvimos que anexarnos como
pasajeros de un bus que pasaría por la Parroquia a las 19:00 hrs. aproximadamente
en el cual venían feligreses de otras comunidades.
La espera fue bastante larga, y ya muy tarde,
casi a las 22 hrs., aun no teníamos ese transporte, el cual por supuesto ya
habíamos cancelado y contratado.
Finalmente, en medio de la oscuridad y la incomodidad, el transporte
llegó a buscarnos a la Parroquia. Nos subimos comprobando en el acto la
condición de ser un bus de mediana condición mecánica e higiénica, bastante ruidoso y a muy “mal traer”,
incomparable a los buses que ofrecieron mejores servicios para el traslado de
peregrinos a la zona de Iquique.
Y partimos a la aventura, junto a los
matrimonios del Santuario, con la idea de que cantaríamos y rezaríamos
masivamente en medio del entusiasmo de esta aventura espiritual.
Pero otra cosa es con guitarra.
La primera impresión al subir al bus de
transporte fue de frialdad, incomodidad, ninguna idea de rezar, menos de cantar
ni compartir en comunidad, cada cual preocupado de sí mismo y acomodándose a
sus propias necesidades. Fue desde allí, para mi gusto y opinión, malo.
La incomodidad del viaje recién iniciado, el
ruido ensordecedor, la pésima
conducción hacia Tocopilla inicialmente y enfrentarnos a la primera “panne” del
bus, nos obligó a bajarnos recién salidos de Antofagasta en medio de la pampa y
esperar un segundo bus de transporte que nos llevaría a Iquique.
Lamentablemente todo lo que se planifica mal,
sale mal, y esta no fue la excepción.
Mucha gente quiso disfrutar de esa corta
estadía nocturna en un campo llamado “Lobito” en la espera de que amaneciera
temprano y en ese ambiente de alabanzas y de oración esperar al Santo Padre.
Pero no todo lo que brilla es oro.
Después de cambiarnos de bus por que el
primero presentó problemas mecánicos, aparte de la pésima condición del mismo,
partimos en un segundo bus que no tuvimos ni siquiera la posibilidad de
inspeccionar su calidad, solamente agarrar los pertrechos y sentarse a como
diera la suerte.
Con la guitarra que ya a esa altura de la noche era un estorbo, con
una mochila cargada de ropas de abrigo v
bebidas y colaciones y hasta con una silla plegable de playa, porque
llegaríamos a un terreno donde
seguramente no habría ni piedras para sentarse, partimos a esa aventura rezando en silencio, cantando en
silencio, y ofreciendo todo ese esfuerzo en silencio, lo que nos llevaría a
participar, además en esta experiencia espiritual, como Ministro Extraordinario de Comunión,
habiendo participado en las respectivas preparaciones y catequesis, y estar
preparados para impartir la Santa
Eucaristía que oficiaría el Santo Padre y a la cual los cálculos más optimistas
decían que iría un público aproximado de 250 mil personas.
La llegada en medio de la noche, fue caótica.
Nos dejaron en las cercanías de un lugar cercano a una playa a muy altas horas
de la madrugadas; tuvimos que bajar del bus, y desde ese lugar caminar por la
arenas, en un sendero interminable, en
un terreno que nadie podría constatar ni
verificar su consistencia pero que al caminar en él, se enterraban
desesperadamente nuestras sandalias ya llenas de piedrecillas que causaban gran
dolor, comprobando que no íbamos preparados para enfrentar ese camino infernal
de noche, sin luces y mirando hacia la
lejanía, donde algunos focos y luminarias nos señalaban un lugar de entrada.
Caminamos como 40 minutos con distintos grupos
de peregrinos y tratando de no perdernos con los más cercanos de la comunidad,
hasta que definitivamente quedamos un par de peregrinos solitarios avanzando
a tientas en esa noche del 17 de enero de 2018, arrepentido de habernos entusiasmado en ir a
ver al Papa en circunstancias que la
organización de verdad fue pésima, al menos para quienes llegamos a esa hora de
la Madrugada, con un clima que de verdad no tenía nada de benigno y nuestros
cuerpos transpiraban por el esfuerzo de
subir hacia el campo designado y el frio nos helaba la espalda y los más
amigos de la comunidad nos fuimos quedando solos soportando toda esa incómoda situación.
Finalmente, en medio de las sombras nocturnas vimos
guardias, Carabineros, y personas que estaban guiando las columnas que
marchaban como zombis en la noche, con pésima iluminación, y vino la segunda
parte más desesperada y de poco criterio que tuvimos que enfrentar.
A pesar de la oscuridad de la noche, logramos ubicarnos en
una larga fila de control, donde nos revisaban las mochilas, los bolsos y
equipajes y en donde, según el criterio de la autoridad que cumplía
órdenes, nos quitaron las tapas
plásticas de las bebidas personales que llevábamos para nuestra hidratación del otro día porque esas peligrosas tapas,
constituían “proyectiles” que podrían
ser arrojados al Santo Padre en su paseo de llegada al Campo Eucarístico,
y fue un control totalmente fuera de la
lógica y una muestra de clara incapacidad de organización. Así y todo, tuvimos
que llevarnos los líquidos de las bebidas, sin sus tapas protectoras, y
acomodarnos en un cuadro de una superficie aproximado de 100 x 100 metros, arrinconados en unas barreras que hacían de cierres y nos
dimos cuenta que estaríamos bastante lejos del Altar principal pues los peregrinos del Pueblo de Dios que
viajamos con tanto sacrificio, quedamos a la deriva en todo instante y
circunstancia.
Las bebidas se daban vuelta, se mojaban los
bolsos, en medio de la noche sonaban las
pruebas de sonidos de los parlantes, no
había luna, no había estrellas, estaba nublado a oscuras , pero allí estaban los valientes matrimonios y
grupos de amigos católicos y los más audaces peregrinos que conformamos un
grupo de amistad, habiendo entre nosotros bastantes adultos mayores que
trataban de acomodar sus traseros en algún piso o sillas que habíamos llevado
para la larga noche de espera del Papa, y
además con la misión de que temprano debíamos asearnos con
la poca agua que llevábamos, pues no teníamos cercano a nuestra
ubicación ni un baño y ni comodidad alguna al menos cercano a nuestra
ubicación. Era, a mi juicio. un desastre
pensado con tanto tiempo para tantas personas.
Con algo de luz que nos llegaba de una “calle”
demarcada cercana a nuestra ubicación nos acomodamos en medio de la noche, los
policías y Carabineros de Chile, andaban todos en camisa “manga corta” y el frio arreciaba en
todo ese desgraciado panorama del “Campo Lobito”. Allí salieron nuestros thermos de agua, al menos para tener la ocasión de brindarnos
un café nocturno y unas galletas mientras esperábamos el amanecer.
Muchas cofradías de bailes promesantes pasaban con sus tenidas de gala a ubicarse en los cuadrados donde se habían
designado a las personas. En un
momento vimos una gran hilera en medio
de la oscuridad, con un Santo en
andas a la cabeza y la cofradía de
músicos marchando y cantando, y en medio de mi ignorancia religiosa producto de
la oscuridad reinante, al menos para
salir de ese tedio aburrido y de gran
silencio y temores porque no sabíamos en
realidad que era lo que ocurría, para animar a mis peregrinos y amigos ubicados a mi lado, grité emocionado lleno de emotividad
espiritual, sin antes ofrecer un Ave Maria:_¡¡Viva la Virgen del Carmen!!, pues
mi instinto y educación me decía que todas las cofradías veneraban con sus
bailes a la Virgen Maria, entonces, de
la hilera de promesantes, surgió la voz amiga y cariñosa de algún
peregrino que estaba en las mismas situación que nosotros en medio de la
noche, y me dijo: ¡¡Cállate compadre, este es San Lorenzo, el
Patrono de los Mineros!!…..
Así que me tuve que masticar y tragar
el grito de: ¡Viva la Virgen del
Carmen!! y seguir entonces sentado en esa espera tediosa y larga que
nos llevaría pronto a ver la realidad del lugar en que nos encontrábamos
el cual al menos tenía en la lejanía un
escenario muy, pero muy lejano donde
probaban micrófonos en medio del amanecer y cantaban y ponían música ambiental, en un trabajo que
debe haber sido titánico para quienes tenían esas responsabilidades y en
nuestro caso teníamos ya visualizado el
lugar donde se guardarían las Hostias consagradas para la comunión de nuestros
peregrinos en ese campo abandonado y
lejano del escenario principal de ese
infame campo llamado “Lobito”. La cantidad de personas que se reunió en ese
lugar no fue mucha. Los más se
arrancaban del control y se traspasaban a los cuadrados de más adelante para
lograr más cercanía del Altar principal, y de las calles donde pasaría el “Papa
Móvil”. Como soy hombre que no le gusta
darle muchas vueltas al destino y acatar
disciplinadamente siempre las orientaciones que se me dan, permanecí
allí hasta que ya entonces el frío amanecer y el olor a playa quizás en la cercanía, descubrí en medio de crepúsculo matutino, que el campo donde estábamos era un arenal
cubierto de miles de guijarros y piedras
que sí eran potentes proyectiles que, en
caso de ser utilizados como
herramientas de agresión,
claramente eran más mortíferos que las
inocentes y sencillas tapas plásticas de las bebidas.
Amaneció en el campo, ya estábamos con el sol
saliendo en las montañas y los grupos de personas sentadas todas en comunidades
trataban de ayudarse y guiarse para el encuentro de los baños y como buen
soldado decidí soportar y aguantar hasta cuando más no pudiera esa espera larga
que sería por única vez en mi vida. Estábamos acompañados con David Finch y su esposa Gabriela, Dn. Carlitos Becerra, Dn. Jorge Torres y su esposa, Anita del
Fierro, Juan Araya y Minerva su esposa,
Marité nuestra amiga de la "Juventud" del Santuario, la Sra.
Normita Fernández, de nacionalidad mexicana, esposa de un trabajador coreano de Mejillones que quiso vivir esta
maravillosa experiencia, considerando que ella en ese tiempo, participó activamente
en las actividades de servicio como parte del “Coro Litúrgico” del Santuario, además de otras personas que
logramos reunirnos en medio de la batahola,
logrando compartir en una pequeña comunidad, nuestros tiempos de espera, y las pocas y útiles pertenencias.
No nos faltó, a Dios gracias, un simple té o algún embeleco para esperar el
ansiado día de la visita del Papa. Todo el sacrificio que ello significó lo
hacíamos con el único fin de vivir esa experiencia única que marcaría para
siempre nuestras vidas.
Más tarde, nos fuimos dando cuenta que el
campo nuestro, en realidad ya estaba casi vacío.
Posteriormente, en los estudios estadísticos
calculados se estimaban 250 mil personas asistentes, pero en realidad no anduvo
ni cerca el cálculo, pues fueron menos
de 50 mil, quizá por la efervescencia política de ese entonces y los temas
de acusaciones de abusos
por parte de altos dignatarios de la Iglesia lo que nos afectó
profundamente los temas de fe. Nuestra ilusionada participación como
"Ministros Extraordinarios de la Comunión" se vio truncada por cuanto
en nuestro campo, por la poca cantidad de personas solamente unos pocos
ejercieron ese servicio, dado que la gente comenzó a saltarse los cuadros designados y comenzó a
buscar a sus comunidades, y mejor ubicación y cercanías con el Altar principal
de la Misa que oficiaría a su llegada, el Santo Padre.
Y allí quedamos los de siempre. Los más fieles al sacrifico, y permanecimos
expectantes a los acontecimientos de esa mañana.
Esperamos la llegada del Santo Padre, al cual
en verdad no pudimos ver, pero había unas pantallas gigantes y en esa
transmisión televisiva apreciamos los detalles de la presencia de su Santidad.
Participamos llenos de regocijo en los temas
de la coronación de La “Virgen” pero en ese campo de verdad lleno de piedras, arenas, y sin
ninguna comodidad permanecimos hasta
pasado el mediodía casi diría todo el día, llenos de sol, de cansancio sin
comodidad sin baño cercano, sin agua, y fue
el más grande sacrificio que hayamos enfrentado en nuestra vida. Ya no
somos ni éramos tan jóvenes. En otras circunstancias, me habría llevado una
tienda de campaña y dormido en la noche en ese terreno. En eso tengo más que
mucha experiencia.
Permanecer de pie o sentados, caminando parte
de la noche y parte del día, fue una muy
complicada vivencia y convivencia comunitaria.
¿El retorno?
La misma idea, caminatas interminables de
“bajada” a los estacionamientos alejados de los buses, nadie sabía nada, no había ninguna forma de
señalética, ya se nos pasaba el deseo de seguir, los fantasmas del hambre, la ausencia de
baños y con nuestras necesidades
retenidas atentaban con mayor fuerza nuestra intención espiritual de esa
visita.
Llegamos al fin a los lugares de estacionamiento, sin antes
apreciar que, pasando “por allí”, estaban, al fin, los baños químicos
perdidos que tanto ansiamos tener
cercanos en la noche, y volvimos casi desilusionados de la experiencia de querer visitar al Papa y solamente guardé de recuerdo, un cancionero impreso de la
Misa que nunca cantamos y un “Peto” de
“Ministro de Comunión” y “Pañolín” del
Movimiento de Schoenstatt que aún conservo,
pero todo lo relacionado al Papa lo conocí después en detalle en la
televisión, con todo el tema relacionado con la presencia de Monseñor Barros,
que más que un favor, hizo un gran daño a la presencia del Santo Padre.
Y de eso ya van 5 años que quedaron grabados
en la memoria como algo que nunca olvidaríamos pero que no tiene en realidad
ribetes de emoción agitada de haber visto ni siquiera cercano al Santo Padre,
sino más bien de haber estado muy cerca de él través de las pantallas gigantes
que tuvieron siempre activas en todos los rincones.
Son mis recuerdos gratos e ingratos de esa
vivencia que quizás otros, si la disfrutaron, lo cual aprecio y respeto, pero
no fue mi caso.
Nota: Estas fotos, fueron compartidas por los mismos asistentes en redes sociales y guardadas como recuerdo, la mayoría las conservaba en sus archivos la Sra. Norma Fernandez Lee, que gentilmente las envió para complementar esta nota.
En mi caso nunca vi al Papa cercano y las fotos de su Misa y coronación me las facilitaron yo estuve de allí muy lejos.